lunes, 10 de diciembre de 2018

Lo que dejó la tormenta

En los últimos días se conocieron un conjunto de datos que muestran una consolidación de la estabilización financiera que logró el Gobierno a partir de septiembre. El principal de ellos es la desaceleración de la inflación, que cerró noviembre por debajo del 3%, lejos del 5,4% de octubre y el 6,5% del mes anterior. Ya se vislumbra un 2019 con tasas de inflación que tenderían a ubicarse entre el 2% y 2,5% mensual.

Otro dato elocuente del cambio en las condiciones financieras es la fuerte reducción de la salida de capitales. Como señala el informe cambiario del Banco Central correspondiente al mes de octubre, el flujo negativo provocado por operaciones del sector privado no financiero pasó de más de 6.000 millones de dólares en mayo a poco más de 1.000 millones en octubre.

El Gobierno se vio obligado por las circunstancias a realizar en este 2018 el ajuste que había buscado aplicar con cuentagotas desde que se inició el mandato. Pero, al menos, ha logrado hasta el momento que la situación no se descontrole y sigue con vida de cara a las elecciones presidenciales del año que viene.

Ahora bien, ¿se han hecho las correcciones que la economía requiere para salir del estancamiento en el que se encuentra inmersa desde el 2012? La razón básica de este estancamiento es una falta de rentabilidad en el sector privado, provocada por la alta carga tributaria y el costo laboral. Por lo tanto, para que la actividad vuelva a crecer en forma sostenida, se requiere un esquema que restituya esa rentabilidad de manera de impulsar la inversión privada, que es el principal motor de una economía capitalista.

Por el momento, las autoridades hicieron recaer el peso de esa ecuación sobre los salarios, que, de acuerdo a la información del Indec, acumularon una caída de casi 14% en los primeros 9 meses del año, una pérdida que casi con seguridad será mayor cuando se publiquen los datos de octubre. Es de esperar, como ya se viene viendo en las últimas semanas, que los sindicatos hagan sentir sus reclamos para recomponer el poder adquisitivo de los ingresos de sus afiliados. Y, en la medida en que esto suceda, se debería compensarlo con una reducción impositiva, lo que implicaría recortar el gasto público, algo que le ha planteado enormes dificultades al Gobierno. De lo contrario, se podría ingresar nuevamente en una situación de inestabilidad.

En definitiva, respondiendo a la emergencia como pudo, la administración distribuyó los costos del ajuste que hace años exige la economía de una manera que posiblemente no pueda sostenerse en el tiempo. Sin embargo, si bien las elecciones del año que viene son vistas como un factor de incertidumbre, con la amenaza del regreso del populismo como un motivo real de preocupación, también son una oportunidad para consolidar el rumbo. A diferencia de lo sucedido en 2015, en donde el ganador llegó al poder sin haber reconocido ante la sociedad cuál era la magnitud de la tarea que había por delante, a finales del año que viene puede asumir un gobierno con el apoyo necesario para mejorar el trabajo que se hizo a las apuradas en estos últimos meses.