domingo, 7 de julio de 2013

Una sociedad que no aprende de sus errores



La fuerte pérdida de reservas internacionales que viene registrando el Banco Central, el manotazo de ahogado del blanqueo de capitales y las cada vez más desatinadas intervenciones del Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, para contener la suba de los precios nos permiten vislumbrar con creciente claridad la próxima crisis económica que viene asomando por el horizonte.

Se trata como tantas otras veces de una crisis evitable pero que el perverso esquema de incentivos que existe en nuestro país torna prácticamente inexorable.

Y esto se debe básicamente a que la sociedad argentina, por algún motivo difícil de entender, no ha aprendido una lección que la mayoría de los países ya tiene completamente asimilada: que la inflación es un fenómeno con consecuencias indeseables y que cuando comienza a subir hay que hacer lo que sea necesario para frenarla. Este comportamiento se observa no sólo en las economías más desarrolladas del mundo sino también en los países emergentes, algunos de los cuales comparten con el nuestro una nutrida historia inflacionaria. Genera cierta envidia ver, por ejemplo, que en Brasil existe una gran preocupación oficial porque la inflación se está acercando al 7% anual y se toman medidas para bajarla, en un claro contraste con lo que sucede aquí.

Uno puede comprender que esta lección no sea fácil de aprender para un país que no tiene una historia inflacionaria. La inflación puede no tener efectos inmediatos. En la medida en que los salarios se vayan actualizando al ritmo del aumento de los precios los trabajadores no percibirán que su situación se ve afectada por el proceso. El problema es que una inflación elevada tiene como consecuencia un nivel de inversión más bajo. Esto se debe a que en los contextos inflacionarios resulta muy difícil para los empresarios proyectar el rumbo de los precios relevantes para la toma de sus decisiones de inversión. Algo que es rentable hoy puede no serlo en absoluto mañana porque los precios de los insumos o los salarios pueden aumentar más que el precio del bien o servicio que se pretende producir. Y una menor inversión lleva a un menor crecimiento y a salarios reales más bajos. Pero hay una demora entre el momento en el que se inicia el proceso inflacionario y el momento en el cual los salarios reales caen y, por este motivo, la sociedad debe aprender a reaccionar frente a la alarma y no frente al hecho consumado, cuando ya es muy tarde y se ha perdido tiempo precioso para evitarlo.

Sin embargo, resulta increíble que en la Argentina, con la rica experiencia en materia de crecimiento de los precios que tiene, todavía se siga ignorando por completo el ruidoso sonido de la alarma inflacionaria. La sociedad debería haber castigado al partido gobernante en las elecciones del 2007 por haber permitido que la inflación alcanzara el 18,7% ese mismo año, pero no lo hizo. Tuvo una nueva oportunidad para decirle que no a la inflación en las elecciones presidenciales del 2011, con un aumentos de los precios por encima del 20% tanto ese año como el anterior, con un resultado similar.

¿Porqué vamos entonces a esperar del gobierno de turno un comportamiento responsable que la propia sociedad no exige? ¿Qué se requiere para que ésta aprenda finalmente de los errores que tanto le han costado en el pasado? ¿Porqué otros países, como Brasil o Perú, que han pasado por experiencias similares a la nuestra, han asimilado las enseñanzas de la inflación y nosotros no? Deberemos responder estas preguntas en forma satisfactoria y buscar las soluciones adecuadas si queremos quebrar algún día la recurrencia interminable de crisis económicas que viene registrando en los últimos 70 años la Argentina y que no sólo no nos permite avanzar hacia una nueva etapa del desarrollo sino que acrecienta nuestro atraso.




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