domingo, 4 de agosto de 2013

Jugando con fuego



Como muchos medios se apresuraron a indicar, en julio se registró la mayor tasa mensual de incremento del dólar oficial en 4 años. Era natural que esto sucediera. En los últimos meses se sumaron las presiones en ese sentido: una caída del 26% del superávit comercial en el primer semestre, una depreciación del real en relación al dólar mayor al 10% en lo que va del año, una caída de las reservas internacionales del Banco Central de más de 6.000 millones de dólares y, como si esto fuera poco, una caída del precio de la soja, que en los últimos días registró los valores más bajos desde el 2010.

Como el Gobierno se resiste, por el evidente costo político que entraña y por la falta de credibilidad que se ha ganado, a enfrentar todos estos problemas con la única solución posible - acomodar el dólar oficial por encima de los 8 pesos acompañando este movimiento con un riguroso plan antiinflacionario -, entonces apela a esta depreciación más acelerada del peso para continuar ganando tiempo y ver si logra llegar a los tumbos hasta el 2015. Busca evitar que los exportadores continúen perdiendo competitividad, de modo tal de amortiguar el deterioro del saldo comercial y la consecuente pérdida de reservas del Banco Central.

Pero esta decisión tiene sus riesgos. En los últimos años el Gobierno expandió el nivel de consumo de la población en forma desmedida. De no haber sido por la contención del valor del dólar, la inflación hubiera sido más alta. El incremento controlado del precio de la moneda americana, al mismo tiempo que afectó la rentabilidad de los exportadores, evitó que los precios de los bienes comercializables internacionalmente aumentaran al ritmo al que lo hicieron los de los bienes que se comercializan sólo a nivel local, como la mayoría de los servicios y algunos bienes industriales altamente protegidos contra las importaciones. Por lo tanto, si, para preservar la competitividad de los exportadores, en los próximos meses las autoridades económicas mantienen la tasa de devaluación de julio (más del 25% anual), deberían reducir el ritmo de crecimiento de la demanda agregada. De lo contrario, se terminará inevitablemente en una aceleración de la inflación.

Lamentablemente, ése parece el panorama más probable. ¿Podemos darle un mínimo crédito a la posibilidad de que en medio de una campaña electoral que puede resultar decisiva para el futuro del kirchnerismo el Gobierno decida enfriar el crecimiento del consumo que se encuentra indisociablemente unido a su éxito en estos últimos 10 años?

Una aceleración de la inflación no será gratuita. Significará extender la cantidad de años que se requerirá para restablecer el funcionamiento normal de la economía y, de esta forma, brindar un horizonte previsible a todos aquellos que disponen de capital para invertir en las distintas actividades productivas. Y hasta que eso suceda, la inversión seguirá siendo a cuentagotas, poniendo un límite a la creación de puestos de trabajo, incrementando la puja por los ingresos entre los distintos sectores de la sociedad y amenazando la recuperación del poder de compra de los salarios que han logrado los trabajadores en la última década. El Gobierno está jugando con fuego y el problema más grave es que quienes nos vamos a quemar vamos a ser todos nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario