Las
medidas que semana a semana viene tomando el nuevo equipo económico confirman
la impresión inicial. Los cambios en el modelo sólo se limitan a una mayor
predisposición para resolver los numerosos conflictos del estado argentino con
las empresas internacionales que han litigado contra el país en el CIADI, con
el Club de París y con los fondos buitre, la remoción de sus elementos más
recalcitrantes para la opinión pública y el establishment,
como Guillermo Moreno y, en menor medida, Mercedes Marcó del Pont, y una
aceleración del aumento del dólar oficial para detener la pérdida de reservas
del Banco Central. Las cuestiones realmente esenciales de la economía, como la baja
de la inflación, el establecimiento de un tipo de cambio real que permita
normalizar el mercado cambiario y restaurar el crecimiento del sector
exportador y la reducción del gasto público necesaria para avanzar en esos dos
aspectos clave, han sido hasta el momento soslayadas y los anuncios que se van
conociendo no hacen más que reducir la probabilidad de que el Gobierno nos
sorprenda con novedades en estas áreas.
Ejemplos
de esto son los nuevos recargos de la AFIP al turismo y a las compras con
tarjeta en el exterior y las restricciones que se impusieron para la primera
parte del 2014 a las importaciones de automóviles y equipos electrónicos y de
oficina. Si el Gobierno estuviera buscando el momento oportuno, tal vez en
medio de las vacaciones de verano, para corregir el valor del dólar oficial y
ubicarlo en el nivel “óptimo”, que se encuentra por encima de 8 pesos y por
debajo de 9,50 pesos, no hubieran sido necesarias esas medidas. El nuevo valor
del dólar oficial sería suficiente para desalentar el turismo argentino en el
exterior y las compras de bienes importados, con la ventaja adicional de que
sería un estímulo muy importante para la producción local de bienes y servicios
para los mercados externos y para el turismo extranjero en nuestro país.
Si
queremos encontrar motivos para el optimismo a pesar de estas señales
contrarias a esa postura, podemos pensar que el Gobierno ha optado por el
camino del gradualismo, a partir de la conveniencia política pero también del
deseo de no provocar ninguna conmoción en la población a través de medidas que
tengan un fuerte impacto en su situación. Pero, lamentablemente, la historia
argentina de los últimos 70 años no es muy alentadora en este sentido. Por
ejemplo, en este período nunca se pudo ir desde una situación de atraso
cambiario hacia un tipo de cambio real competitivo en forma gradual, siempre se
lo ha hecho en forma brusca. En lo que respecta a la inflación, la historia
tampoco nos brinda un gran estímulo. En los últimos 70 años, sólo 4 veces se
logró reducir la inflación a un dígito, tras haber subido por encima del 20%.
En tres de ellas (1953, 1993 y 2003), el esfuerzo antiinflacionario fue producto
de un “trauma”: la inflación más alta en más de un siglo en 1951, del 50%, la
hiperinflación de 1989 y el colapso de la convertibilidad en 2002. La única
excepción: 1968.