domingo, 23 de febrero de 2014

Medidas acertadas, rumbo incierto

Indiscutiblemente, las medidas que se vienen tomando desde el cambio de gabinete allá por noviembre están bien encaminadas, principalmente, desde el golpe de timón de finales de enero, cuando se comprendió que se estaba trabajando con un grado de improvisación inaceptable y que había que darle referencias al público y a los mercados si no se quería agotar las reservas en un puñado de meses.

En síntesis, tanto la devaluación, como la política monetaria más restrictiva, la presentación del nuevo índice de inflación, el acuerdo con Repsol por la estatización de YPF y el casi descontado recorte de los subsidios a los servicios públicos son todas medidas que venimos pidiendo hace rato y el Gobierno merece ser reconocido por avanzar con ellas, independientemente de si lo hizo arrinconado entre la espada y la pared o a partir de una auténtica comprensión de la necesidad de sanear la economía para retomar la senda del crecimiento.

Sin embargo, falta un elemento esencial para dar finalmente la vuelta a la página y mirar el futuro con cierto optimismo. Falta un plan que le dé un sentido claro a todo lo que se ha hecho, una hoja de ruta que nos permita vislumbrar claramente el rumbo y que defina los compromisos y sacrificios que deben asumir cada uno de los actores y, por sobre todas las cosas, que descarte de cuajo la interpretación que hoy se le puede dar a los hechos de que el Gobierno carece de estrategia y en verdad lo único que busca es llegar al 10 de diciembre del 2015 evitando el colapso de la economía.

Un ejemplo de los problemas que la ausencia de un conjunto de metas claras plantea son las negociaciones salariales que se han iniciado en estos días. Es completamente justificado pedirle a los trabajadores que moderen sus reclamos en estos momentos de crisis y que acepten una caída del salario real pero es natural que en un escenario de aceleración inflacionaria y sin un horizonte definido ellos se excedan en los salarios nominales que exigen. Cuánto más sencillas serían estas negociaciones, si bien no un trámite, si el Gobierno fijara objetivos de inflación para este año y los que vienen. Seguramente, al principio habría dudas respecto a estos compromisos pero se iría ganando credibilidad en la medida en que se los fuera cumpliendo.

Esto también sería esencial para avanzar en la reestructuración que la economía requiere. En la última década, la política económica favoreció una expansión desmedida en el sector de bienes destinados al mercado interno, básicamente los servicios, en desmedro de los destinados al mercado externo, la cual ha sido una de las principales causas de la crisis de balanza de pagos que estamos viviendo en los últimos meses. Inevitablemente, en los próximos años se debe modificar esta matriz. Un panorama hacia adelante en el que la inflación tienda a bajar, estabilizando o, idealmente, reduciendo aun más los costos laborales en dólares, sería un estímulo importante para el sector exportador y las empresas que compiten con las importaciones, y facilitaría la transferencia de los recursos humanos y de capital necesaria para ello.

Lamentablemente, es de esperar que el Gobierno se incline por la improvisación y evite los compromisos de mediano y largo plazo, que pueden condicionarlo y obligarlo a asumir costos políticos “innecesarios”. Pero, de esta manera, todo será más arduo y la recuperación tardará en llegar.