lunes, 16 de marzo de 2015

Peleando por lo que no hay

En estas últimas semanas, en absoluta consonancia con la temporada electoral que se inicia, venimos atestiguando la proliferación de reclamos sectoriales de todo tipo que, de acuerdo a la evaluación política que de ellos hagan el gobierno nacional, los provinciales o los municipales, serán atendidos más o menos satisfactoriamente o desembocarán en conflictos abiertos.

Fue el caso, por ejemplo, de los reclamos docentes, que en la provincia de Buenos Aires lograron aumentos salariales del 38%, del paro del campo, que se llevó a cabo la semana pasada, y de la anunciada huelga del transporte, que, tras fallidas negociaciones con el gobierno por la actualización del impuesto a las ganancias, se ratificó para el 31 de marzo.

Que resulte esperable que en medio de la campaña electoral los distintos sectores busquen extraerle concesiones a un gobierno necesitado por las circunstancias, no torna menos sorprendente la naturaleza de los reclamos en el marco de una economía profundamente estancada y con un estado que registrará en este 2015 un déficit que se ubicará entre los más elevados de la historia, es decir, que no sólo no cuenta con el más mínimo margen para aumentar gastos o reducir impuestos sino que debe imperativamente hacer exactamente lo contrario.

Para revertir el deterioro que viene mostrando la economía y que, de continuar, va a provocar mayor desempleo, más caída del poder adquisitivo de los salarios o ambas cosas, inevitablemente se tiene que terminar con la inflación. La actividad económica no puede prosperar en un ambiente dominado por la total incertidumbre en relación a las principales variables que la determinan. Y, para que eso suceda, una condición esencial es dejar de financiar el déficit fiscal con la impresión de billetes por parte del Banco Central. Ello requerirá casi con certeza una reducción del mismo porque difícilmente se pueda financiarlo en forma genuina si sigue teniendo la magnitud que hoy presenta.

Por otra parte, para que la economía ingrese en una senda de crecimiento sostenible, también se requerirá algún grado de corrección del tipo de cambio real. Para recuperar el dinamismo de las exportaciones, para abrir el cepo cambiario y no dejar a las empresas que compiten contra las importaciones completamente indefensas ante la competencia extranjera, se necesita reducir los costos en dólares que enfrentan. Hay distintas maneras de lograr esto pero la más rápida y de efectos más amplios es una devaluación del peso por encima de la inflación. Y una medida de este tipo, al menos en una primera etapa, causaría inevitablemente una pérdida en la capacidad de compra de los salarios.

En definitiva, para reordenar la economía y ponerla nuevamente en marcha, se necesita atravesar un período en el que amplios sectores de la población sufrirán alguna merma temporal en sus ingresos reales. Sean aquellos que reciben beneficios del estado, los trabajadores en general o los empresarios del sector de servicios, que sufrirían una caída de sus ventas. Es decir, tenemos por delante un período que demandará un esfuerzo por parte de la sociedad, que podrá ser moderado, si se apela al financiamiento que el mundo puede estar dispuesto a ofrecerle a la Argentina, pero que no debe ser soslayado.


Seguramente, es completamente ingenuo pretender que los sectores en pugna atiendan estas cuestiones pero si los argentinos siguen haciendo frente a las dificultades viendo qué tajada adicional se pueden apropiar, en lugar de cuál es el aporte que pueden hacer para superarlas, el deterioro económico continuará. Y si esto sucede, ese esfuerzo, que todavía se puede distribuir de manera ordenada, en forma acorde a la capacidad de sacrificio de cada sector, atendiendo en forma mancomunada un objetivo que, al final del camino, brindará beneficios para todos, se impondrá en forma caótica, injusta, recayendo más sobre los que menos tienen, y amenazando una vez más la estabilidad institucional y política del país.