jueves, 10 de septiembre de 2015

El ejemplo de Brasil

Los sucesos que vienen aconteciendo en Brasil deben ser seguidos de cerca por aquellos que quieren tener una idea más clara de cómo puede ser las cosas en nuestro país luego de las elecciones, a juzgar por los importantes puntos en común entre las dos naciones vecinas en estos últimos años.

Ambos países vienen mostrando una economía con poco lustre. La de Brasil creció al 1,76% en 2012, al 2,74% en 2013, al 0,15% en 2014 y se contrajo un 1,15% en el primer trimestre del 2015. La de Argentina presentó cifras del 1,9%, 2,9%, 0,5% y 1,1% para los mismos períodos. Con este telón de fondo y un año casi exacto de diferencia, llegaron a sus respectivas elecciones presidenciales. Tanto en Brasil el año pasado como en nuestro país éste, los partidos gobernantes esgrimieron la carta de la continuidad en materia económica sin anticipar la necesidad de cambios importantes para revertir el proceso de estancamiento. Asimismo, ambos vecinos están cerrando sus respectivos años electorales con enormes déficits fiscales (cerca del 6% del PBI en Brasil y se estima en cerca del 7% del PBI aquí).

Tras obtener la victoria electoral, y asegurar un nuevo mandato para el partido gobernante, la presidente brasileña Dilma Rousseff hizo lo que había asegurado que no era necesario. Con el objeto expreso de recuperar la confianza de los inversores para volver a poner a la economía en el sendero del crecimiento, puso en marcha un plan económico ortodoxo, de ajuste fiscal y devaluación de la moneda. Si bien, a medida que la recesión en el país vecino se fue profundizando y el apoyo político se fue evaporando, los objetivos se fueron flexibilizando, inicialmente se pretendía lograr un superávit fiscal primario del 1,2% del PBI en 2015 y superior al 2% del PBI en 2016. Al mismo tiempo, al cierre de esta edición la moneda brasileña llevaba perdido un 55% de su valor respecto al dólar desde el día siguiente del ballotage en el que se impuso Rousseff.

El resultado en términos políticos ha sido ampliamente negativo. La popularidad de la mandataria brasileña cayó al 8% en agosto, la más baja para un presidente desde el fin de la dictadura militar de ese país en 1985. Desde ya que la situación no se vio favorecida por el escándalo de corrupción en el que se vio envuelto el partido gobernante pero si el panorama económico no se hubiera vuelto tan sombrío, indudablemente, la imagen de la presidente no se hubiera visto tan afectada. Habría que ver hasta qué punto también incidió en esta cuestión la violación por parte de Rousseff de las promesas de la campaña. Sería completamente válido y, hasta un síntoma de madurez política, que la población, en general, y el sistema institucional, en particular, castiguen a un político por aplicar en su gestión de gobierno políticas completamente distintas a las de su plataforma electoral.


Sea como fuere, en caso de ganar las próximas elecciones, Daniel Scioli seguramente analizará en profundidad los sucesos económicos y políticos de Brasil de los últimos 12 meses. Sus dilemas serían semejantes a los de su colega: ¿toma las medidas que se requieren para salir del estancamiento económico en los primeros meses del mandato, arriesgándose a perder el capital político obtenido tras la victoria electoral, o adopta un enfoque gradual, exponiéndose a la posibilidad de que la economía siga acumulando desequilibrios y termine explotándole en algún punto del camino? Por lo pronto, siempre y cuando sea válido extrapolar el caso brasileño al nuestro, contaría con la ventaja de conocer de antemano los resultados de uno de estos ejes de acción.