jueves, 10 de mayo de 2018

Las oportunidades de la crisis

Toda crisis genera oportunidades y la corrida cambiaria que sacudió a nuestro país en los últimos días y llevó al Gobierno a iniciar negociaciones con el Fondo Monetario Internacional no es la excepción. E, incluso, puede ser vista hasta como una bendición.

El camino elegido por las autoridades, seguramente a partir de las evaluaciones políticas y electorales, ponía a la economía argentina en una situación de extrema vulnerabilidad. Un déficit en la cuenta corriente del balance de pagos que en el 2017 fue de 15.300 millones de dólares planteaba una fuerte dependencia del financiamiento internacional, que podía interrumpirse en cualquier momento, como consecuencia de algún evento externo o sencillamente de la pérdida de confianza de los operadores extranjeros en nuestro país. Finalmente, esto sucedió, indudablemente antes de lo que hasta el analista más pesimista esperaba.

Y es precisamente en el hecho de que el shock se está produciendo en forma temprana donde radica la cuota de fortuna, posiblemente no para el Gobierno, que avanzaba confortablemente hacia la reelección y ahora deberá esforzarse para lograrla, pero sí para el resto de los argentinos, que tenemos ahora la oportunidad de corregir a tiempo el rumbo y evitar así la megacrisis que nos esperaba al final del camino.

La gran ventaja de vernos obligados hoy a hacer las correcciones que se venían demorando es que las autoridades económicas todavía tienen las herramientas para transitar hacia el nuevo equilibrio en forma ordenada. El Banco Central cuenta con reservas internacionales por 57 mil millones de dólares, el sector público presenta aun un bajo nivel de endeudamiento (28,5% del PBI, tomando la deuda con el sector privado y organismos bilaterales y multilaterales) y no tenemos ningún programa vigente con el Fondo Monetario Internacional.

Se trata de una situación muy distinta a aquella en la que nos podríamos encontrar si el shock, en lugar de producirse en este momento, se produjera más adelante en el tiempo, con una economía más endeudada o directamente en cesación de pagos y con un Banco Central con las bóvedas vacías, condiciones que en el pasado dieron lugar a crisis traumáticas como la de la hiperinflación en 1989 o la salida de la convertibilidad en 2002.

En definitiva, en un contexto relativamente favorable, hoy el Gobierno se ve obligado a recalcular la estrategia económica, avanzando en forma más rápida con la reducción del todavía considerable déficit fiscal, tal vez no limitándose casi exclusivamente al recorte de los subsidios a los servicios públicos, tolerando un tipo de cambio real más elevado, que favorezca la competitividad de la economía y permita ir reduciendo el enorme desequilibrio externo, y posiblemente retomando la agenda de reformas estructurales, que abandonó abruptamente luego de los incidentes registrados a fines del año pasado durante el trámite legislativo de la reforma previsional. Esto debe ser un motivo de alivio, para nada de preocupación.