Toda
crisis genera oportunidades y la corrida cambiaria que sacudió a nuestro país
en los últimos días y llevó al Gobierno a iniciar negociaciones con el Fondo
Monetario Internacional no es la excepción. E, incluso, puede ser vista hasta
como una bendición.
El camino elegido por las autoridades, seguramente a
partir de las evaluaciones políticas y electorales, ponía a la economía
argentina en una situación de extrema vulnerabilidad. Un déficit en la cuenta
corriente del balance de pagos que en el 2017 fue de 15.300 millones de dólares
planteaba una fuerte dependencia del financiamiento internacional, que podía
interrumpirse en cualquier momento, como consecuencia de algún evento externo o
sencillamente de la pérdida de confianza de los operadores extranjeros en
nuestro país. Finalmente, esto sucedió, indudablemente antes de lo que hasta el
analista más pesimista esperaba.
Y
es precisamente en el hecho de que el shock se está produciendo en forma
temprana donde radica la cuota de fortuna, posiblemente no para el Gobierno,
que avanzaba confortablemente hacia la reelección y ahora deberá esforzarse
para lograrla, pero sí para el resto de los argentinos, que tenemos ahora la
oportunidad de corregir a tiempo el rumbo y evitar así la megacrisis que nos
esperaba al final del camino.
La
gran ventaja de vernos obligados hoy a hacer las correcciones que se venían
demorando es que las autoridades económicas todavía tienen las herramientas
para transitar hacia el nuevo equilibrio en forma ordenada. El Banco Central
cuenta con reservas internacionales por 57 mil millones de dólares, el sector
público presenta aun un bajo nivel de endeudamiento (28,5% del PBI, tomando la
deuda con el sector privado y organismos bilaterales y multilaterales) y no
tenemos ningún programa vigente con el Fondo Monetario Internacional.
Se
trata de una situación muy distinta a aquella en la que nos podríamos encontrar
si el shock, en lugar de producirse en este momento, se produjera más adelante
en el tiempo, con una economía más endeudada o directamente en cesación de
pagos y con un Banco Central con las bóvedas vacías, condiciones que en el
pasado dieron lugar a crisis traumáticas como la de la hiperinflación en 1989 o
la salida de la convertibilidad en 2002.
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