Mientras todos esperan soluciones mágicas de los burócratas
o el banco central europeos, lo cierto es que el futuro del euro hoy está
exclusivamente en las manos de los pueblos de los países menos productivos de
la zona, que deben decidir en algún momento si pertenecer a este club justifica
seguir soportando años de austeridad y de desempleo.
Es que el problema de fondo que desde hace varios
años presenta la eurozona es la elevada diferencia de productividad entre
los países que la integran. Se encuentran por un lado Alemania, Holanda y
un puñado de países ricos, que consumen menos de lo que producen, y por el otro
España, Italia, en menor medida Francia, y otros países menores, que consumen
por encima de sus posibilidades productivas, de su capacidad para colocar
bienes y servicios en los mercados internacionales. Excepto en el caso de
Francia, esta situación se da prácticamente desde la implantación de la moneda
única en el año 1999 e implica que durante todos estos años los habitantes de los
últimos países pudieron mantener un nivel de vida que va más allá de sus
posibilidades reales gracias a que los primeros los financiaron. Por ejemplo,
en el 2007, el último año de euforia europea, España, Italia y Francia
registraron déficits en cuenta corriente (el indicador que precisamente refleja
el exceso de consumo por sobre las posibilidades productivas de un país) de
105, 38 y 20 mil millones de euros respectivamente. Se trata del 10%, el 2.4% y
el 1% del PBI respectivamente. A su vez, Alemania acumuló ese año un superávit
de 181 mil millones de euros.
La insolvencia de los gobiernos que se encuentra en la
superficie de la crisis es una manifestación de este problema de fondo. Es que
un país que tiene una baja competitividad externa (una baja relación
exportaciones/PBI), para sostener un determinado nivel de empleo, requiere un
gasto público mayor en relación al PBI que un país de mayor productividad. Esto
incrementa la probabilidad de que tenga un sector público insolvente.
Llegado el momento y, como consecuencia de diversos
disparadores, los pueblos de los países más productivos decidieron que no
quieren seguir financiando el nivel de vida de sus vecinos. Frente a esto, los
países menos productivos no tuvieron otra alternativa que buscar la manera de
incrementar su capacidad de producción de bienes comercializables
internacionalmente. Para ello, en lo inmediato, deben reducir el salario real
de sus trabajadores de modo tal que las empresas que producen esos bienes en
ellos puedan ser competitivas globalmente. Pueden lograr esto saliendo del euro
y volviendo a sus viejas monedas, que perderían el valor rápidamente bajando el
costo de los salarios locales en términos internacionales. Pero si quieren
permanecer en el euro, para lograr lo mismo, deben bajar los salarios
nominales. Este es un proceso lento que, para alcanzar el mismo objetivo, requiere
atravesar años de desempleo y de flexibilización de las leyes laborales, con un
incremento del malestar social y, en consecuencia, alta inestabilidad política,
que es lo que estamos viendo hoy en estos países.
En los últimos 5 años han seguido este camino. España,
Italia y Francia partieron de niveles de desempleo del 8.3%, 6.1% y 8% respectivamente
y hoy tienen un 24.8%, un 10.1% y un 9.6% de sus trabajadores buscando empleo
sin conseguirlo. A pesar de ello, siguen presentando importantes déficits en
cuenta corriente del 3.5%, 3.3% y 2% del PBI respectivamente. Esto significa
que sus sectores productores de bienes comercializables internacionalmente
todavía se encuentran lejos de poseer el volumen suficiente para permitirles
hacer frente a su demanda de importaciones, aun a pesar de que esta última se
ha reducido significativamente en los últimos años como consecuencia de los
planes de ajuste que se vienen aplicando. Por lo tanto, les resta un largo
camino por recorrer si quieren permanecer junto a Alemania en la zona del euro.
Son, entonces, los propios pueblos de países como España,
Italia y Francia, por nombrar a los más importantes, los que deben afrontar el
debate acerca de si los beneficios de pertenecer a la zona euro compensan los
enormes costos de continuar por este sendero. Este debate ha estado presente en
las contiendas electorales que se llevaron a cabo en los últimos años. Por el
momento, los defensores del euro vienen imponiéndose. Pero cada vez en forma
más ajustada.
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