domingo, 19 de agosto de 2012

El éxito de los controles


El informe sobre el mercado de cambios del segundo trimestre del año publicado en los últimos días por el Banco Central evidencia que el Gobierno cumplió claramente con el objetivo que se había fijado al establecer los controles para la compra de dólares a fines de octubre del año pasado: reducir al mínimo la fuga de capitales. La salida de capitales del período, de US$ 2.663 millones, fue la menor desde el cuarto trimestre del 2003 y marca el punto más bajo desde que en el tercer trimestre del año pasado el retiro de dólares del sistema alcanzara los 11.483 millones.

Las medidas frenaron la fuga de capitales y el drenaje que ésta estaba provocando sobre las reservas internacionales del Banco Central. De hecho, estas cayeron sólo US$ 29 millones en el primer semestre del año contra US$ 5.175 millones en el segundo semestre del año pasado. Sin embargo, al no enfrentarse la raíz del problema, que son la inflación y los efectos que ésta viene teniendo sobre la competitividad externa de la economía, lo único que se logró es postergar el momento de la verdad, algo posiblemente muy beneficioso en términos políticos pero sumamente pernicioso en términos económicos.


Es que si los salarios se incrementan en dólares por encima del aumento en la productividad las empresas exportadoras y las que compiten con las importaciones van perdiendo rentabilidad y frenando su crecimiento. Y si esta situación se mantiene en el tiempo pierden mercados. Si, en este contexto, la economía sigue creciendo, al deterioro de las exportaciones y de los sectores que compiten con las importaciones se suma un aumento de la demanda de importaciones. Y, entonces, el superávit comercial que aun existe se transformará inevitablemente en un déficit y las reservas internacionales del Banco Central deberán utilizarse, además de para pagar los vencimientos de capital e intereses de los compromisos externos del Gobierno y el sector privado, para financiar ese déficit.


Por lo tanto, en algún momento del tiempo que es imposible determinar con exactitud porque depende de numerosos factores, el estado argentino se quedará sin reservas o tendrá un saldo lo suficientemente reducido como para no tener otra alternativa que hacer frente finalmente al problema que hoy se pateó para más adelante.

El daño económico de mantener esta situación tiene dos aspectos centrales. Por un lado, el desequilibrio que existe hoy es mucho más fácil de corregir que el que habrá dentro de unos años. Al no enfrentarse el problema, lo más factible es que el desequilibrio se vaya agudizando y lo que hoy se resolvería con bajar la tasa de inflación a un tercio y subir el dólar en un 10 o 20% en unos años tal vez requiera bajar el ritmo de crecimiento de los precios a un quinto y ajustar el tipo de cambio en un 50 o 100%. Y cuanto mayor es la corrección que debe aplicarse mayores son las consecuencias en términos de caída de la actividad e inestabilidad social.

Por otra parte, es de esperar que, hasta que se realice dicha corrección, la inversión privada caiga en forma significativa. Es muy difícil hacer cualquier tipo de proyección en un escenario en el cual todos los precios relevantes de la economía pueden cambiar bruscamente en el mediano plazo, tanto como resultado de que se incremente el desequilibrio o finalmente se lo corrija. Por lo tanto, se crearán puestos de trabajo de menor calidad y retribución, se desperdiciará el potencial productivo de los recursos humanos argentinos y se enviará malas señales hacia los jóvenes que hoy están decidiendo cuál será su capacitación profesional, retrasando aun más años el punto de inicio de un proyecto de desarrollo serio como el que en algún momento de los últimos 10 años se insinuó.

Desde esta perspectiva, el éxito de los controles cambiarios se transforma en una victoria pírrica, es decir en un triunfo que resulta más costoso de lo que hubiera sido una derrota y que nos deja cada vez más lejos del verdadero objetivo.


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