Mientras desde los distintos lados del espectro ideológico
se intercambian acusaciones y se atribuyen responsabilidades por el movimiento
vertiginoso del dólar en el mercado informal, quiero detenerme unos instantes
en el castigado ahorrista argentino que, tras haber sido esquilmado en
numerosas ocasiones a lo largo de la historia por gobiernos y especuladores,
hoy mira con desconcierto lo que sucede y no sabe a ciencia cierta dónde
colocar su dinero.
Resulta realmente tentador volcarse al dólar informal que,
desde que se instauró el cepo cambiario a fines de octubre del 2011, no para de
subir. En el 2012 aumentó un 43% y en lo que va del 2013 ya ganó cerca del 25%.
Y, en la medida en que se mantenga el actual modelo económico, va a seguir
subiendo.
Sin embargo, el ahorrista debe tener presente que, dados los
niveles que alcanzó en los últimos días en el mercado paralelo, el dólar es una
alternativa por lo menos cuestionable para colocar nuestro dinero. Simplificando
el tema, esto tiene que ver con que las relaciones de cambio entre las
distintas monedas en el largo plazo están ligadas con los diferenciales de
inflación entre los países que las emiten. Si, partiendo de una situación de
equilibrio externo, pleno empleo y crecimiento, un país tiene un inflación del
20% y el resto del mundo una del 5%, la moneda de ese país va a tender a
depreciarse un 15% respecto al resto de las monedas. De lo contrario, sus
exportadores no podrían seguir siendo competitivos en los mercados externos,
las importaciones se tornarían excesivamente baratas y dañarían a los sectores
de la economía doméstica que compiten con ellas y el país en cuestión
comenzaría a enfrentar problemas de balanza de pagos (con caída de reservas
internacionales o endeudamiento externo), un aumento en los niveles de
desempleo o ambas cosas. De acuerdo a distintas estimaciones, el valor del
dólar que hoy garantizaría el equilibrio externo y el pleno empleo de la
economía argentina y le permitiría mantener una tasa de crecimiento razonable
se encuentra entre 6.50 y 8 pesos. Siguiendo la lógica planteada, este valor,
actualizado por la inflación que se registre de ahora en más, es al que va a
tender a establecerse el dólar el día que este gobierno o el que lo suceda
ponga en marcha un plan de normalización de la economía, con la implementación
de un mercado libre y único de cambios. Esto significa que, aun tomando el
nivel máximo de la franja, aquel que compró dólares en la última semana (el
viernes cerró a 8,48 pesos) en el largo plazo va a experimentar una pérdida en
el valor real del dinero invertido. Es decir, el poder adquisitivo de los
dólares que adquirió va a ser menor que hoy. Podrá ganarle a la inflación en
las próximas semanas, meses, quizás años (como ha sucedido en el 2012 y lo que
va del 2013), pero cuando se normalice la economía el dólar se va a establecer
en un valor que le va a provocar una pérdida frente a la inflación acumulada
desde hoy hasta ese momento. Y el ahorrista común no puede confiar en que se va
a desprender de los dólares en el momento indicado. Los especuladores, mejor
informados que él, ya se habrán deshecho de sus tenencias antes que el
ahorrista tenga el menor indicio de que eso es lo que conviene.
Esta explicación seguramente no le aclara demasiado el
panorama al cada vez más desconcertado ahorrista: el dólar informal va a perder
frente a la inflación pero ¿existe alguna alternativa de inversión que hoy nos
permita ganarle o, al menos, empatarle al aumento de los precios? Ciertamente
no abundan y posiblemente son demasiado sofisticadas para el ahorrista menos
experimentado pero buscando, informándose y atreviéndose a algo distinto a lo
conocido se pueden encontrar algunas opciones que brindan perspectivas
interesantes. Por ejemplo, en el último año comenzaron a emitirse bonos
denominados “dólar linked”, que son activos que se compran y cobran en pesos
pero cuya rentabilidad está ligada a lo que suceda con el dólar oficial a lo
largo de la vida del título. Siguiendo la lógica anterior, así como el dólar
informal, a los valores actuales, a la larga va a perder frente a la inflación
el dólar oficial le va a ganar, inevitablemente. Desde esta perspectiva, aquel
que tenga su dinero invertido en estos bonos a la larga va a experimentar una
ganancia en su poder adquisitivo. Desde ya, hay que inclinarse por aquellos
bonos de grandes empresas que produzcan bienes o servicios con precios
internacionales porque, de lo contrario, en caso de devaluación, el incremento
brusco del valor de sus deudas podría ocasionarles problemas para cumplir con el
pago de las mismas, como le sucedió a un gran número de deudores en el 2002.
Es indudable que el panorama no es sencillo y que requiere
aguzar el ingenio y avanzar por caminos que no son los habituales, pero ésta es
la manera de salir menos dañados de este mal momento y evitar que los únicos
que se llenen los bolsillos, y a costa nuestra, sean los especuladores.