Mientras el Gobierno continúa deslindándose de sus
responsabilidades en relación a la economía, limitando su política
antiinflacionaria al congelamiento de los precios y a una débil pauta de
aumentos salariales, en esta primera parte del año se observan un conjunto de
señales de alarma que deben recordarle a todos los argentinos que el tiempo no
está de nuestro lado y que si no se actúa en este momento, en el que aun hay
cierto margen de maniobra, deberemos hacer un esfuerzo mucho más doloroso al
final del camino cuando, obligados por las circunstancias, tengamos que apelar
al ajuste o a la maxi-devaluación, la receta elegida por Venezuela hace pocas
semanas para hacer frente a sus propias dificultades.
La primera de estas señales tiene que ver con las reservas
internacionales del Banco Central, la última herramienta que les queda a las
autoridades, luego de haber apelado al cepo cambiario, para mantener a raya el
dólar oficial y ajustar su valor a las necesidades electorales. En las primeras
10 semanas del año, estas reservas cayeron 1.778 millones de dólares, cuando
durante todo el 2012 habían caído “sólo” 3.087 millones y en el mismo período
del año pasado habían crecido 736 millones.
La evolución de las reservas es la contracara de lo que
viene sucediendo con el saldo comercial, prácticamente la única fuente de
dólares que hoy tiene el país. En enero, el superávit comercial cayó un 49% en
relación al mismo mes del año pasado, de 550 millones de dólares a 280
millones. Esto respondió a una caída interanual del 4% en las exportaciones y a
un incremento del 1% en las importaciones.
Algunas versiones señalan que esta situación se debe a que
los exportadores de granos están demorando sus ventas al exterior, impidiendo
de esa manera el ingreso de los codiciados dólares, pero en el fondo esto es el
efecto inevitable de la pérdida de competitividad de la economía argentina como
consecuencia de una inflación que en los últimos años le viene ganando
invariablemente a la suba del dólar. Esto se viene repitiendo en la primera
parte del 2013, con una inflación estimada por las consultoras privadas en el
26.3% y una tasa de aumento del dólar en lo que va del año que si la
anualizamos da el 16%. Cada vez nuestros exportadores tienen más dificultades
para colocar sus productos en el extranjero, excepto aquellos que se ven
beneficiados por extraordinarios precios, y los productos importados que logran
atravesar las barreras establecidas por el Gobierno son más baratos.
El Gobierno podrá seguir poniendo controles, restringiendo
el ingreso de los bienes importados, conociendo a partir de lo sucedido el año
pasado los efectos que esto tiene sobre los precios y sobre la actividad de
algunos sectores de la economía que no pueden acceder a los insumos necesarios
para llevar adelante la producción, podrá recibir un alivio cuando los
exportadores de granos se dignen a desprenderse de sus tenencias, pero a la
larga tendrá inevitablemente que afrontar la realidad de un stock decreciente
de dólares en las arcas del Banco Central.
Posiblemente no sea éste el gobierno que tenga que resolver
la situación. Posiblemente, las reservas que aun posee el Banco Central sean
suficientes para llegar al 10 de diciembre del 2015 y más allá también. Sin
embargo, ¿Queremos los argentinos llegar al punto en que ellas se agoten y haya
que aplicar cirugía mayor? ¿Deseamos volver a vivir el trauma de una nueva
crisis? Hasta cierto punto, depende de nosotros. Este es un gobierno que mira
continuamente las encuestas. Si hay una clara demanda de la población de que se
debe actuar contra la inflación y poner en orden la economía para evitar la
próxima crisis va a atender esa demanda.
El Gobierno no es el único responsable. En definitiva, no
hace otra cosa que tomar las decisiones económicas que le brindan el mayor
rédito político. Si la sociedad no le exige el cambio, deberemos esperar
sentados hasta que el precipicio esté a la vuelta de la esquina.
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