lunes, 11 de noviembre de 2013

¿Se viene un cambio en las políticas económicas?

Hoy nos encontramos frente al inicio de una nueva etapa política en la Argentina. La derrota electoral del Gobierno ha descartado la posibilidad de Cristina Fernández de presentarse como candidata a presidente nuevamente en el 2015 y, por lo tanto, alguien que no pertenece al matrimonio Kirchner se sentará en el sillón de Rivadavia a partir del 10 de diciembre de ese año.

Esto no implica necesariamente un cambio en las políticas económicas que se vienen aplicando. Por empezar, el Frente para la Victoria continúa siendo la principal fuerza política a nivel nacional y, de mantener en el 2015 el caudal de votos de las elecciones del 27 de octubre, tendría serias chances de, al menos, llegar a un ballotage si la oposición replicara este escenario de atomización. Por otra parte, una victoria de la oposición tampoco nos garantizaría un cambio de rumbo económico. Desde el regreso de la democracia en 1983, los golpes de timón en materia económica (en 1989 y 2002) fueron el producto inevitable de las circunstancias, una imposición de la realidad, y no una elección de nuestros dirigentes. Se tuvo que llegar a una hiperinflación en un caso y a una desocupación del 25% en el otro, al borde del estallido social en ambos, para que los gobernantes modificaran las políticas económicas vigentes. ¿Porqué entonces habría de suceder algo distinto ahora?

Sin embargo, a aquellos que tenemos una naturaleza optimista nos gusta detenernos en las señales esperanzadoras y no en los motivos para el desaliento. Y los eventos que se vienen dando en los últimos meses en los países sudamericanos muestran claramente el camino a seguir, incluso a aquellos a quienes les cuesta hilar fino. Por un lado, está el caso de Venezuela, que presenta en forma anticipada hacia dónde llevan la políticas económicas que se vienen aplicando en nuestro país: aceleración inflacionaria (ya supera el 50% anual allí), escasez de bienes de consumo e insumos, estancamiento económico, etc. Y, sin el carisma de Hugo Chavez, al actual presidente, Ricardo Maduro, le está costando manejar el desgaste político que todo esto conlleva, al punto de que se empieza a dudar de que pueda terminar su mandato. Mientras tanto, otros países vecinos permitan visualizar cómo el éxito político no está disociado de las políticas económicas responsables, del respeto de los equilibrios macroeconómicos básicos. En Brasil, tras las manifestaciones que hace algunos meses lastimaron su popularidad (ojalá en la Argentina debatiéramos si es mejor utilizar los recursos públicos en la construcción de estadios de fútbol o en la educación), la presidente Dilma Rouseff se ha recuperado y aparece perfilada para ganar un nuevo mandato (el cuarto consecutivo) para el Partido de los Trabajadores (PT) en el 2014. En Chile, Michelle Bachelet es la favorita a llegar nuevamente a la presidencia en las próximas semanas, con lo que se transformaría en la primera persona en alcanzar dos veces esta posición desde el regreso de la democracia en el país transandino.


La evidencia está ahí para que los políticos argentinos la analicen. Aun para un líder de condiciones únicas como Chavez hubiera sido difícil gobernar hoy Venezuela. Los beneficios de corto plazo de sus políticas económicas ya han quedado en el pasado y lo que queda por delante es un camino arduo y sinuoso, si es que deciden mantener el rumbo. En el resto de los países de la región, aun con las dificultades propias de cada caso, el panorama es más alentador y los políticos en el poder están obteniendo réditos de ello. ¿Porqué no ser optimistas entonces?

domingo, 3 de noviembre de 2013

Momento de decirle la verdad a la gente

Hoy existe un consenso prácticamente total entre los economistas, independientemente de su posicionamiento ideológico, respecto a las medidas de fondo que deben tomarse para enderezar el rumbo económico. Incluso aquellos economistas vinculados al Gobierno que no temen herir la sensibilidad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, coinciden en el diagnóstico general y en la receta básica.

De acuerdo a este diagnóstico, los problemas de fondo de la economía son la elevada inflación y el atraso cambiario. El contexto inflacionario afecta la capacidad de los empresarios para tomar decisiones de inversión. Pueden calcular la rentabilidad de un proyecto hoy pero no pueden saber qué va a pasar con ella en los próximos años, porque no tienen la menor idea de si los precios de los bienes o servicios que producen van a aumentar más o menos que sus costos. Por lo tanto, sólo aquellos proyectos con una alta rentabilidad se llevan adelante y la inversión se resiente, afectando la capacidad de la economía de crear puestos de trabajo. El atraso cambiario, a su vez, genera una tendencia hacia la insuficiencia de divisas. Esto se debe a que, por un lado, al bajar la rentabilidad de la producción de bienes exportables y al generar la expectativa de una devaluación en el corto o mediano plazo, desalienta la inversión en el sector exportador e incentiva la acumulación de stocks provocando una tendencia al estancamiento de las exportaciones. Y, por el otro, al abaratar en términos relativos los productos importados y el turismo en el exterior, impulsa su consumo. Como se entiende claramente, el crecimiento más rápido de las importaciones y el más lento de las exportaciones provoca una necesidad creciente de moneda extranjera, algo que resulta evidente en estos días en que la situación está siendo afrontada gracias a las reservas acumuladas en el Banco Central en los tiempos de vacas gordas.

Existe un consenso general en que, para resolver estos problemas, se requiere un plan económico que incluya una devaluación significativa del tipo de cambio oficial y un programa antiinflacionario. Para ser viable, este plan debe involucrar una importante reducción en el déficit del sector público, algo que puede comenzar a ejecutarse con la eliminación de los subsidios a los servicios públicos, una parte importante de los cuales es completamente injustificada desde cualquier enfoque ideológico desde el cual se la mire. Podrá haber discrepancias respecto a cuál debe ser el nuevo valor del dólar, si debe haber superávit fiscal o un déficit moderado es aceptable y si este resultado debe ser alcanzado con más impuestos o menos gasto público y, en este último caso, en qué áreas debe recortarse el gasto, pero las coincidencias básicas son notablemente amplias.

Los políticos deben tomar nota de este consenso general entre los economistas. Tras las elecciones legislativas y de cara al 2015, parece haber una gran paridad entre las 3 o 4 fuerzas políticas con chances de llegar a la presidencia. Por lo tanto, existe una oportunidad única para elaborar un acuerdo en el cual estas fuerzas compartan los costos políticos de enderezar el rumbo económico. Todos se beneficiarían con un acuerdo de estas características. No se puede predecir a ciencia cierta a quién le va a explotar la bomba de tiempo económica que hoy está activada. Puede explotarle a este gobierno pero también al próximo. De modo que todos aquellos que tienen chances de ganar en el 2015 están igualmente expuestos a tener que terminar asumiendo todo el costo político ellos solos. ¿Están dispuestos a jugar a esta ruleta rusa?


Alcanzar este acuerdo permitiría sacar ciertas premisas económicas básicas de la ecuación política, contribuiría a sentar las bases para poner en marcha un proceso serio de desarrollo y, por encima de todas las cosas, mostraría, tal vez por primera vez en los últimos 40 o 50 años, una clase política dispuesta a decirle la verdad a la gente antes de que la crisis económica hable por sí sola.