Hoy nos encontramos frente al inicio de una
nueva etapa política en la Argentina. La derrota electoral del Gobierno ha descartado
la posibilidad de Cristina Fernández de presentarse como candidata a presidente
nuevamente en el 2015 y, por lo tanto, alguien que no pertenece al matrimonio
Kirchner se sentará en el sillón de Rivadavia a partir del 10 de diciembre de
ese año.
Esto
no implica necesariamente un cambio en las políticas económicas que se vienen
aplicando. Por empezar, el Frente para la Victoria continúa siendo la principal
fuerza política a nivel nacional y, de mantener en el 2015 el caudal de votos
de las elecciones del 27 de octubre, tendría serias chances de, al menos,
llegar a un ballotage si la oposición replicara este escenario de atomización.
Por otra parte, una victoria de la oposición tampoco nos garantizaría un cambio
de rumbo económico. Desde el regreso de la democracia en 1983, los golpes de
timón en materia económica (en 1989 y 2002) fueron el producto inevitable de
las circunstancias, una imposición de la realidad, y no una elección de
nuestros dirigentes. Se tuvo que llegar a una hiperinflación en un caso y a una
desocupación del 25% en el otro, al borde del estallido social en ambos, para
que los gobernantes modificaran las políticas económicas vigentes. ¿Porqué
entonces habría de suceder algo distinto ahora?
Sin
embargo, a aquellos que tenemos una naturaleza optimista nos gusta detenernos
en las señales esperanzadoras y no en los motivos para el desaliento. Y los
eventos que se vienen dando en los últimos meses en los países sudamericanos
muestran claramente el camino a seguir, incluso a aquellos a quienes les cuesta
hilar fino. Por un lado, está el caso de Venezuela, que presenta en forma
anticipada hacia dónde llevan la políticas económicas que se vienen aplicando
en nuestro país: aceleración inflacionaria (ya supera el 50% anual allí),
escasez de bienes de consumo e insumos, estancamiento económico, etc. Y, sin el
carisma de Hugo Chavez, al actual presidente, Ricardo Maduro, le está costando manejar
el desgaste político que todo esto conlleva, al punto de que se empieza a dudar
de que pueda terminar su mandato. Mientras tanto, otros países vecinos permitan
visualizar cómo el éxito político no está disociado de las políticas económicas
responsables, del respeto de los equilibrios macroeconómicos básicos. En
Brasil, tras las manifestaciones que hace algunos meses lastimaron su
popularidad (ojalá en la Argentina debatiéramos si es mejor utilizar los
recursos públicos en la construcción de estadios de fútbol o en la educación),
la presidente Dilma Rouseff se ha recuperado y aparece perfilada para ganar un
nuevo mandato (el cuarto consecutivo) para el Partido de los Trabajadores (PT)
en el 2014. En Chile, Michelle Bachelet es la favorita a llegar nuevamente a la
presidencia en las próximas semanas, con lo que se transformaría en la primera persona
en alcanzar dos veces esta posición desde el regreso de la democracia en el
país transandino.
La
evidencia está ahí para que los políticos argentinos la analicen. Aun para un líder
de condiciones únicas como Chavez hubiera sido difícil gobernar hoy Venezuela.
Los beneficios de corto plazo de sus políticas económicas ya han quedado en el
pasado y lo que queda por delante es un camino arduo y sinuoso, si es que
deciden mantener el rumbo. En el resto de los países de la región, aun con las
dificultades propias de cada caso, el panorama es más alentador y los políticos
en el poder están obteniendo réditos de ello. ¿Porqué no ser optimistas
entonces?
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