jueves, 16 de enero de 2014

El momento de compartir el esfuerzo

Todos saben o intuyen que ha llegado el momento de ajustarse el cinturón. En estos últimos años, los argentinos venimos incrementando nuestro consumo por encima de nuestras posibilidades y, si bien esta situación se ha podido sostener a costa de echar mano a las reservas internacionales del Banco Central, que cayeron alrededor del 30% en el 2013, como lo indica el rápido agotamiento de las mismas, los plazos para modificar este comportamiento  se vienen acortando cada vez más.

El Gobierno, indudablemente, ha tomado nota del asunto. La fuerte aceleración en el ritmo de incremento del dólar oficial es una clara evidencia de eso. El restablecimiento de la competitividad del sector exportador es uno de los componentes que debe tener cualquier plan para enfrentar la situación actual. Sin embargo, sin un plan antinflacionario serio, que vaya más allá de un acuerdo de precios como el anunciado, pocas serán las ganancias de competitividad y alto el riesgo de acelerar el proceso inflacionario en curso.

Pero, a juzgar por el horror que el Gobierno parece sentir por la aplicación de las verdaderas soluciones que la situación económica exige, es válido preguntarse hasta qué punto la responsabilidad de este impasse recae completamente en las autoridades actuales. ¿No hay en el fondo una sociedad que sólo está dispuesta a algún sacrificio cuando está hundida en las crisis más profundas? ¿No hay una falta de patriotismo, de ciudadanos sólo preocupados por su situación personal, dispuestos a mantenerla o mejorarla a cualquier precio, aun a costa del empobrecimiento de la Nación? ¿Y arraigada en esto, una cultura política renuente a los compromisos y al establecimiento de reglas de juego que impidan los excesos de los gobiernos de turno en los períodos de bonanza?

Los vergonzosos acontecimientos de diciembre, con las fuerzas policiales de numerosas provincias abandonando a su suerte a los ciudadanos que juraron proteger por un reclamo salarial, por más justo que éste sea, parecen ser una respuesta contundente a los interrogantes planteados, sin que sea siquiera necesario especular sobre el grado de participación que pudieron tener algunos sectores políticos en los eventos.

En este escenario, parece realmente difícil imaginar una sociedad dispuesta a asumir los sacrificios que este momento económico requiere, no importa que tan bien distribuido esté el esfuerzo entre todos los ciudadanos. Por ejemplo, cuesta pensar en los consumidores aceptando dócilmente un aumento en las tarifas de los servicios públicos. O en los sindicatos reconociendo la imposibilidad de seguir pagando los salarios en dólares vigentes en la actualidad. O en los argentinos, en su conjunto, concediendo que los recursos públicos son limitados y que debemos acordar en forma pacífica y, a través de los canales institucionales, cuáles son los mejores usos que podemos darles.


Esperemos que el 2014 sea un año en el que podamos madurar como sociedad. Que con la conciencia de los riesgos que corremos, estemos todos dispuestos, aquellos que más tienen doblemente, a aportar su grano de arena para que podamos sortear la difícil situación en la que nos encontramos. De lo contrario, seguiremos caminando con los ojos vendados hacia el próximo precipicio.

jueves, 2 de enero de 2014

2014: el año que vivimos en peligro

El panorama económico que presenta este 2014 que acaba de comenzar es realmente poco alentador. Aun si el Gobierno acertase con las medidas que debe tomar, parece difícil evitar que este año empeore nuestra situación económica.

Por ejemplo, si el equipo económico tuviese éxito en mantener una cantidad razonable de reservas internacionales en las arcas del Banco Central y un nivel de desempleo como el actual, lo más probable es que esto sea a costa de una mayor inflación y una caída en el poder adquisitivo de los salarios. Por el contrario, si priorizase contener la inflación y evitar un deterioro de los salarios reales, podríamos empezar a observar un incremento en la desocupación. Esto tiene que ver básicamente con que el proceso inflacionario, el atraso cambiario y la incertidumbre general respecto a lo que puede suceder con las principales variables de la economía han desincentivado en los últimos años la inversión y han debilitado fuertemente la capacidad del sector privado para incrementar la oferta de bienes y servicios y crear nuevos puestos de trabajo.

La situación sería aun más alarmante si continuara el drenaje de reservas del Banco Central y el Gobierno se viera obligado a aumentar más la tasa de incremento del dólar oficial o, finalmente, a realizar una corrección brusca en la cotización de la divisa. Esto provocaría un salto en la tasa de inflación, como en Venezuela, en donde, tras la devaluación de febrero de 2013, la inflación pasó del 20% a más del 50%. Este escenario también implicaría una fuerte caída en el poder de compra de nuestros ingresos. Y lo que es peor, si la situación no fuera acompañada por un plan económico convincente se establecería un nuevo piso a la inflación, lo que dañaría aun más las perspectivas de los salarios y el empleo para el futuro y reavivaría el fantasma de los traumas inflacionarios del pasado.

A su vez, si el Gobierno hiciera lo que debería hacer, es decir, avanzar en el establecimiento de un dólar más competitivo y poner manos a la obra en la lucha contra la inflación, dos objetivos que implican una fuerte contención del gasto público y, tal vez, un aumento mayor al que hemos visto este año en la tasa de interés, consecuentemente, al menos en el mediano plazo, nuestra situación personal también se deterioraría. Por ejemplo, porque una reducción de los subsidios a los servicios públicos nos haría pagar mayores cuentas de luz y gas y nos dejaría menos ingresos disponibles para otros consumos. O porque el saldo de nuestra tarjeta de crédito vendría cada vez más abultado como consecuencia del mayor costo financiero. Además, un Gobierno más constreñido fiscalmente no podría salir a compensar las deficiencias del sector privado para generar empleo.

En síntesis, todos los escenarios posibles para este 2014, lamentablemente, plantean una situación económica que implica una pérdida de ingresos, una falta de oportunidades de empleo o ambas cosas.


Es importante destacar, de todas formas, que el último escenario propuesto al menos tiene la ventaja de ir sentando las bases para que la economía retorne eventualmente a la senda del crecimiento. Sería un esfuerzo que oportunamente rendiría sus frutos, en términos de multiplicar la creación de puestos de trabajo y generar una mejora en los ingresos. En el resto de los casos, sólo se trataría de continuar extendiendo en el tiempo el proceso de deterioro de la economía que comenzó hace algunos años.