Todos
saben o intuyen que ha llegado el momento de ajustarse el cinturón. En estos
últimos años, los argentinos venimos incrementando nuestro consumo por encima
de nuestras posibilidades y, si bien esta situación se ha podido sostener a
costa de echar mano a las reservas internacionales del Banco Central, que
cayeron alrededor del 30% en el 2013, como lo indica el rápido agotamiento de
las mismas, los plazos para modificar este comportamiento se vienen acortando cada vez más.
El
Gobierno, indudablemente, ha tomado nota del asunto. La fuerte aceleración en
el ritmo de incremento del dólar oficial es una clara evidencia de eso. El
restablecimiento de la competitividad del sector exportador es uno de los
componentes que debe tener cualquier plan para enfrentar la situación actual.
Sin embargo, sin un plan antinflacionario serio, que vaya más allá de un
acuerdo de precios como el anunciado, pocas serán las ganancias de
competitividad y alto el riesgo de acelerar el proceso inflacionario en curso.
Pero,
a juzgar por el horror que el Gobierno parece sentir por la aplicación de las verdaderas
soluciones que la situación económica exige, es válido preguntarse hasta qué
punto la responsabilidad de este impasse
recae completamente en las autoridades actuales. ¿No hay en el fondo una
sociedad que sólo está dispuesta a algún sacrificio cuando está hundida en las
crisis más profundas? ¿No hay una falta de patriotismo, de ciudadanos sólo
preocupados por su situación personal, dispuestos a mantenerla o mejorarla a cualquier
precio, aun a costa del empobrecimiento de la Nación? ¿Y arraigada en esto, una
cultura política renuente a los compromisos y al establecimiento de reglas de
juego que impidan los excesos de los gobiernos de turno en los períodos de
bonanza?
Los
vergonzosos acontecimientos de diciembre, con las fuerzas policiales de
numerosas provincias abandonando a su suerte a los ciudadanos que juraron
proteger por un reclamo salarial, por más justo que éste sea, parecen ser una
respuesta contundente a los interrogantes planteados, sin que sea siquiera
necesario especular sobre el grado de participación que pudieron tener algunos
sectores políticos en los eventos.
En
este escenario, parece realmente difícil imaginar una sociedad dispuesta a
asumir los sacrificios que este momento económico requiere, no importa que tan
bien distribuido esté el esfuerzo entre todos los ciudadanos. Por ejemplo, cuesta
pensar en los consumidores aceptando dócilmente un aumento en las tarifas de
los servicios públicos. O en los sindicatos reconociendo la imposibilidad de
seguir pagando los salarios en dólares vigentes en la actualidad. O en los
argentinos, en su conjunto, concediendo que los recursos públicos son limitados
y que debemos acordar en forma pacífica y, a través de los canales
institucionales, cuáles son los mejores usos que podemos darles.
Esperemos
que el 2014 sea un año en el que podamos madurar como sociedad. Que con la
conciencia de los riesgos que corremos, estemos todos dispuestos, aquellos que
más tienen doblemente, a aportar su grano de arena para que podamos sortear la
difícil situación en la que nos encontramos. De lo contrario, seguiremos
caminando con los ojos vendados hacia el próximo precipicio.
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