El
panorama económico que presenta este 2014 que acaba de comenzar es realmente
poco alentador. Aun si el Gobierno acertase con las medidas que debe tomar, parece
difícil evitar que este año empeore nuestra situación económica.
Por
ejemplo, si el equipo económico tuviese éxito en mantener una cantidad
razonable de reservas internacionales en las arcas del Banco Central y un nivel
de desempleo como el actual, lo más probable es que esto sea a costa de una
mayor inflación y una caída en el poder adquisitivo de los salarios. Por el
contrario, si priorizase contener la inflación y evitar un deterioro de los
salarios reales, podríamos empezar a observar un incremento en la desocupación.
Esto tiene que ver básicamente con que el proceso inflacionario, el atraso
cambiario y la incertidumbre general respecto a lo que puede suceder con las
principales variables de la economía han desincentivado en los últimos años la
inversión y han debilitado fuertemente la capacidad del sector privado para
incrementar la oferta de bienes y servicios y crear nuevos puestos de trabajo.
La
situación sería aun más alarmante si continuara el drenaje de reservas del
Banco Central y el Gobierno se viera obligado a aumentar más la tasa de
incremento del dólar oficial o, finalmente, a realizar una corrección brusca en
la cotización de la divisa. Esto provocaría un salto en la tasa de inflación,
como en Venezuela, en donde, tras la devaluación de febrero de 2013, la
inflación pasó del 20% a más del 50%. Este escenario también implicaría una
fuerte caída en el poder de compra de nuestros ingresos. Y lo que es peor, si
la situación no fuera acompañada por un plan económico convincente se
establecería un nuevo piso a la inflación, lo que dañaría aun más las perspectivas
de los salarios y el empleo para el futuro y reavivaría el fantasma de los
traumas inflacionarios del pasado.
A
su vez, si el Gobierno hiciera lo que debería hacer, es decir, avanzar en el
establecimiento de un dólar más competitivo y poner manos a la obra en la lucha
contra la inflación, dos objetivos que implican una fuerte contención del gasto
público y, tal vez, un aumento mayor al que hemos visto este año en la tasa de
interés, consecuentemente, al menos en el mediano plazo, nuestra situación
personal también se deterioraría. Por ejemplo, porque una reducción de los
subsidios a los servicios públicos nos haría pagar mayores cuentas de luz y gas
y nos dejaría menos ingresos disponibles para otros consumos. O porque el saldo
de nuestra tarjeta de crédito vendría cada vez más abultado como consecuencia
del mayor costo financiero. Además, un Gobierno más constreñido fiscalmente no
podría salir a compensar las deficiencias del sector privado para generar
empleo.
En
síntesis, todos los escenarios posibles para este 2014, lamentablemente,
plantean una situación económica que implica una pérdida de ingresos, una falta
de oportunidades de empleo o ambas cosas.
Es
importante destacar, de todas formas, que el último escenario propuesto al
menos tiene la ventaja de ir sentando las bases para que la economía retorne
eventualmente a la senda del crecimiento. Sería un esfuerzo que oportunamente
rendiría sus frutos, en términos de multiplicar la creación de puestos de
trabajo y generar una mejora en los ingresos. En el resto de los casos, sólo se
trataría de continuar extendiendo en el tiempo el proceso de deterioro de la
economía que comenzó hace algunos años.
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