jueves, 2 de enero de 2014

2014: el año que vivimos en peligro

El panorama económico que presenta este 2014 que acaba de comenzar es realmente poco alentador. Aun si el Gobierno acertase con las medidas que debe tomar, parece difícil evitar que este año empeore nuestra situación económica.

Por ejemplo, si el equipo económico tuviese éxito en mantener una cantidad razonable de reservas internacionales en las arcas del Banco Central y un nivel de desempleo como el actual, lo más probable es que esto sea a costa de una mayor inflación y una caída en el poder adquisitivo de los salarios. Por el contrario, si priorizase contener la inflación y evitar un deterioro de los salarios reales, podríamos empezar a observar un incremento en la desocupación. Esto tiene que ver básicamente con que el proceso inflacionario, el atraso cambiario y la incertidumbre general respecto a lo que puede suceder con las principales variables de la economía han desincentivado en los últimos años la inversión y han debilitado fuertemente la capacidad del sector privado para incrementar la oferta de bienes y servicios y crear nuevos puestos de trabajo.

La situación sería aun más alarmante si continuara el drenaje de reservas del Banco Central y el Gobierno se viera obligado a aumentar más la tasa de incremento del dólar oficial o, finalmente, a realizar una corrección brusca en la cotización de la divisa. Esto provocaría un salto en la tasa de inflación, como en Venezuela, en donde, tras la devaluación de febrero de 2013, la inflación pasó del 20% a más del 50%. Este escenario también implicaría una fuerte caída en el poder de compra de nuestros ingresos. Y lo que es peor, si la situación no fuera acompañada por un plan económico convincente se establecería un nuevo piso a la inflación, lo que dañaría aun más las perspectivas de los salarios y el empleo para el futuro y reavivaría el fantasma de los traumas inflacionarios del pasado.

A su vez, si el Gobierno hiciera lo que debería hacer, es decir, avanzar en el establecimiento de un dólar más competitivo y poner manos a la obra en la lucha contra la inflación, dos objetivos que implican una fuerte contención del gasto público y, tal vez, un aumento mayor al que hemos visto este año en la tasa de interés, consecuentemente, al menos en el mediano plazo, nuestra situación personal también se deterioraría. Por ejemplo, porque una reducción de los subsidios a los servicios públicos nos haría pagar mayores cuentas de luz y gas y nos dejaría menos ingresos disponibles para otros consumos. O porque el saldo de nuestra tarjeta de crédito vendría cada vez más abultado como consecuencia del mayor costo financiero. Además, un Gobierno más constreñido fiscalmente no podría salir a compensar las deficiencias del sector privado para generar empleo.

En síntesis, todos los escenarios posibles para este 2014, lamentablemente, plantean una situación económica que implica una pérdida de ingresos, una falta de oportunidades de empleo o ambas cosas.


Es importante destacar, de todas formas, que el último escenario propuesto al menos tiene la ventaja de ir sentando las bases para que la economía retorne eventualmente a la senda del crecimiento. Sería un esfuerzo que oportunamente rendiría sus frutos, en términos de multiplicar la creación de puestos de trabajo y generar una mejora en los ingresos. En el resto de los casos, sólo se trataría de continuar extendiendo en el tiempo el proceso de deterioro de la economía que comenzó hace algunos años.

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