sábado, 29 de marzo de 2014

Un ajuste inevitable

Comenzando con la huelga general convocada para el 10 de abril por Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, en estos próximos meses seguramente veremos un gran aprovechamiento político por parte de los representantes de los distintos sectores de la oposición de la necesidad del Gobierno de avanzar en el ajuste de la economía. Y lo que todos deben tener claro es que todo aquel político que diga que este ajuste se puede o se debe evitar les está mintiendo.

El principal problema que enfrenta la economía es la inflación. Esta ha llegado a un nivel excesivamente elevado, que compromete seriamente las posibilidades de crecimiento para los próximos años y requiere una solución urgente. Y el primer paso que se debe dar, dentro de una larga serie de medidas, para comenzar a resolver este tema es que el Gobierno deje de financiarse con la impresión de dinero por parte del Banco Central. Parte de este objetivo se puede lograr consiguiendo financiamiento privado, tanto local como internacional, pero con certeza se deberá “ajustar” la tasa de crecimiento que el gasto público viene mostrando en los últimos años.

Pero a la vez, al problema inflacionario en los últimos años se le sumó el de la balanza de pagos, que es donde ha puesto el foco el Gobierno con la mayoría de las medidas que viene tomando desde el cambio del equipo económico en noviembre. En el 2013 el país registró un déficit en cuenta corriente de 13.000 millones de dólares que prácticamente explica toda la caída en las reservas internacionales que sufrió el Banco Central a lo largo del año. De los 13.000 millones, 7.600 millones surgieron del exceso de gasto de los argentinos en el intercambio de bienes y servicios con el exterior. El resto se relaciona con la posición deudora del país en el concierto de las naciones que, como tal, debe pagar anualmente intereses a sus acreedores externos y utilidades a las empresas extranjeras localizadas en el país. La cifra puede haberse visto agravada por el atesoramiento de mercadería por parte de los exportadores y el adelanto de compras por parte de los importadores, especulando con la devaluación que finalmente se produjo a finales de enero, pero sea como fuere es insoslayable para cualquier observador y debe ser enfrentada.

Dar cuenta de este problema exige reducir el gasto total de los argentinos en bienes y servicios, es decir un “ajuste” en el nivel de consumo de la población. Como sociedad, debemos gastar menos en la compra de bienes extranjeros y en viajes al exterior y transferir recursos humanos y de capital desde la producción de servicios para el mercado interno hacia la producción de bienes y servicios que sustituyan importaciones o puedan intercambiarse con el resto del mundo.

La resolución de estos problemas es inevitable. Si no se lo encara en forma voluntaria, el ajuste se va a provocar en forma involuntaria y caótica, como ya sucedió en otros momentos de la historia argentina. Por ejemplo, si no se contiene el gasto público y el Banco Central sigue emitiendo dinero para financiarlo, la inflación invariablemente le va a ganar a los salarios y el poder de compra de éstos va a disminuir a lo largo del tiempo. Asimismo, si no se logra aumentar la competitividad de los exportadores y de los sectores que compiten con las importaciones y no se morigera el crecimiento en el consumo que se registró en los últimos años, las reservas del Banco Central tarde o temprano se van a agotar y se va a producir una devaluación mucho más brusca que la de enero, que va a cercenar los ingresos de todos los argentinos de un plumazo.

Los dirigentes de la oposición pueden señalar que la situación actual es el producto de la decisión del Gobierno de expandir el consumo de la población más allá de sus posibilidades en los últimos 8 o 9 años y que, por lo tanto, éste es el único responsable del ajuste. También pueden proponer alternativas para que los esfuerzos que deben realizarse se distribuyan de la manera más equitativa posible y que no haya sectores que se beneficien de manera indebida con los cambios que se lleven a cabo. Lo que no pueden hacer bajo ninguna circunstancia es negar la necesidad del ajuste.



domingo, 9 de marzo de 2014

La ausencia de una estrategia

El Gobierno tendrá motivos de regocijo en estas últimas semanas en las que logró doblegar al dólar paralelo y frenar prácticamente la pérdida de reservas, mientras se anota algunos puntos a nivel internacional con el nuevo índice de precios que le exigió el Fondo Monetario Internacional y el acuerdo con Repsol por la expropiación de YPF, que aproximan la posibilidad de acceder a fondos frescos de los organismos multilaterales. Y, por si esto no fuera suficiente, el precio de la soja alcanzó en los últimos días los precios más altos de los últimos 8 meses.

Sin embargo, estas pequeñas victorias no ocultan la ausencia de una estrategia. A pesar de sus gestos “ortodoxos”, y como es de esperar después de 10 años, el Gobierno sigue siendo el mismo: sigue viviendo al día, sujetando sus decisiones a las encuestas, poniendo parches por aquí y por allá, actuando sobre las consecuencias pero no sobre las causas.

Un ejemplo muy ilustrativo de este modus operandi fue el reciente aumento de impuestos a los autos de alta gama. Cuando se diseñó la medida claramente se esperaba reducir las importaciones de estos vehículos, frenar la pérdida de reservas generada por este motivo y que no fuera necesaria una devaluación como la que finalmente se terminó dando. Al no lograrse este último objetivo, los precios de los autos aumentaron y las ventas cayeron más de lo que se pretendía inicialmente, por lo que, a dos meses de haber entrado en vigencia, el Gobierno planea modificar la alícuota impositiva aplicada.

La ausencia de una estrategia, la política de actuar sobre las consecuencias en lugar de sobre las causas, tiene claros costos. Se podrá restablecer la calma después de cada tormenta pero el proceso de deterioro no se detiene. Después de cada turbulencia nos encontramos peor de lo que estábamos luego de la anterior. En los últimos años el nivel de inflación ha ido aumentado, a la economía cada vez le cuesta más crecer y esto, al nivel de la población, se viene manifestando en una caída del poder adquisitivo de los salarios.


Esperemos que las autoridades nos sorprendan con un golpe de timón de último momento pero, a juzgar por la forma en la que viene avanzando la temporada de negociaciones salariales, no debemos tener muchas expectativas. Sin un plan inflacionario, sin metas, sin compromisos del Gobierno ni adhesiones del resto de los sectores sociales, parece sumamente difícil que se logre imponer una pauta de aumentos por debajo del 30%. Y esto configuraría un escenario en el cual la inflación difícilmente se ubique en este 2014 por debajo de esa cifra. Por lo tanto, estaríamos ingresando en el 2015 con más inflación, con condiciones aun más desfavorables para el crecimiento económico y con un salario real, casi con seguridad, más bajo que el de inicios de este año. En otras palabras, continuaríamos nuestra lenta pero constante caída por la larga pendiente del deterioro económico.