El
Gobierno tendrá motivos de regocijo en estas últimas semanas en las que logró
doblegar al dólar paralelo y frenar prácticamente la pérdida de reservas,
mientras se anota algunos puntos a nivel internacional con el nuevo índice de
precios que le exigió el Fondo Monetario Internacional y el acuerdo con Repsol
por la expropiación de YPF, que aproximan la posibilidad de acceder a fondos
frescos de los organismos multilaterales. Y, por si esto no fuera suficiente,
el precio de la soja alcanzó en los últimos días los precios más altos de los
últimos 8 meses.
Sin
embargo, estas pequeñas victorias no ocultan la ausencia de una estrategia. A
pesar de sus gestos “ortodoxos”, y como es de esperar después de 10 años, el
Gobierno sigue siendo el mismo: sigue viviendo al día, sujetando sus decisiones
a las encuestas, poniendo parches por aquí y por allá, actuando sobre las
consecuencias pero no sobre las causas.
Un
ejemplo muy ilustrativo de este modus
operandi fue el reciente aumento de impuestos a los autos de alta gama.
Cuando se diseñó la medida claramente se esperaba reducir las importaciones de
estos vehículos, frenar la pérdida de reservas generada por este motivo y que no
fuera necesaria una devaluación como la que finalmente se terminó dando. Al no
lograrse este último objetivo, los precios de los autos aumentaron y las ventas
cayeron más de lo que se pretendía inicialmente, por lo que, a dos meses de haber
entrado en vigencia, el Gobierno planea modificar la alícuota impositiva
aplicada.
La
ausencia de una estrategia, la política de actuar sobre las consecuencias en
lugar de sobre las causas, tiene claros costos. Se podrá restablecer la calma
después de cada tormenta pero el proceso de deterioro no se detiene. Después de
cada turbulencia nos encontramos peor de lo que estábamos luego de la anterior.
En los últimos años el nivel de inflación ha ido aumentado, a la economía cada
vez le cuesta más crecer y esto, al nivel de la población, se viene
manifestando en una caída del poder adquisitivo de los salarios.
Esperemos
que las autoridades nos sorprendan con un golpe de timón de último momento
pero, a juzgar por la forma en la que viene avanzando la temporada de
negociaciones salariales, no debemos tener muchas expectativas. Sin un plan
inflacionario, sin metas, sin compromisos del Gobierno ni adhesiones del resto
de los sectores sociales, parece sumamente difícil que se logre imponer una
pauta de aumentos por debajo del 30%. Y esto configuraría un escenario en el
cual la inflación difícilmente se ubique en este 2014 por debajo de esa cifra. Por
lo tanto, estaríamos ingresando en el 2015 con más inflación, con condiciones
aun más desfavorables para el crecimiento económico y con un salario real, casi
con seguridad, más bajo que el de inicios de este año. En otras palabras, continuaríamos
nuestra lenta pero constante caída por la larga pendiente del deterioro
económico.
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