domingo, 15 de junio de 2014

Un país en el que todo vale

La reciente decisión del Gobierno de aplicar topes a las tasas de interés de los préstamos presonales y prendarios, que habían subido significativamente en los últimos meses como consecuencia de la política monetaria restrictiva del Banco Central, pone en evidencia una vez más que en nuestro país, para las autoridades, todo vale a los fines de cumplir con sus objetivos políticos de corto plazo, aunque esto implique violentar las leyes más básicas de la economía.

No estamos descubriendo nada nuevo pero esto resulta un poco más sorpresivo en el nuevo contexto en el que el Gobierno ha hecho un leve giro hacia la ortodoxia y, ante la necesidad de fondos frescos, se muestra más preocupado por complacer a los centros financieros internacionales.

Fiel a su estilo, una vez más el Gobierno ataca los efectos de sus políticas económicas en lugar de las causas. La causa de las altas tasas de interés que hay en la actualidad es la elevada inflación. Los ahorristas argentinos ya saben que en el largo plazo el dólar se mueve a la par de la inflación de modo que si las tasas de interés se encuentran por debajo de esta última es más conveniente volcarse hacia la compra de divisas. Por lo tanto, la manera de reducir las tasas de interés es bajando el ritmo de aumento de los precios. Un intento del Banco Central por forzar una baja de las mismas aumentando la liquidez provocaría presiones en el mercado cambiario y amenazaría nuevamente sus reservas.

Viéndose de manos atadas, con los topes a las tasas de interés, el Gobierno busca entonces presentarse como el protector de los intereses de la sociedad contra los empresarios “inescrupulosos” y los banqueros “usureros”. Para la mayoría de los consumidores, el beneficio de esta medida va a ser acotado, seguramente imperceptible. Pero lo que importa es el mensaje, en este momento de estancamiento en el que las autoridades quieren hacer todo lo posible por atribuir a otros las responsabilidades de la malaria.

Veremos cómo maneja el Gobierno el posible daño colateral de la iniciativa, que es el segmento de consumidores que probablemente pierda su acceso al crédito porque la rentabilidad que brindará con los límites a las tasas quizás no sea suficiente para que el banco o la compañía financiera se tomen el esfuerzo de captar fondos en el mercado para darle financiamiento. Es de imaginar que el Gobierno ha estimado que este segmento es reducido o, al menos, mucho más pequeño que aquél que se beneficiará con la medida porque de lo contrario no la hubiera tomado. En todo caso, no debemos sorprendernos si en los próximos meses la Anses o el Banco Nación lanzan una línea de crédito especial para individuos de bajos recursos.


Pero, más allá de la medida en sí misma, queda la preocupación, que no está limitada sólo a esta gestión, del poder excesivo que tienen los gobiernos en la Argentina, que, en función de sus necesidades, pueden tomar prácticamente cualquier medida, incluso aquellas que tienen que ver con el funcionamiento básico del sistema económico. Esto plantea una enorme incertidumbre de cara al futuro y es un importante obstáculo en el camino si la Argentina pretende reducir de manera significativa la pobreza y la marginalidad. Para que una economía tenga el dinamismo necesario para ir resolviendo las asignaturas pendientes es fundamental que los gobernantes no tengan vía libre para hacer con ella lo que les parezca si la conveniencia política así lo dicta.

martes, 3 de junio de 2014

¿Un motivo para festejar?

Indudablemente, el acuerdo del Gobierno con el Club de París es una noticia positiva para el país. Y, en la medida en que no se vea eclipsada por una decisión desfavorable de la Corte Suprema de los Estados Unidos en relación al conflicto con los acreedores que no ingresaron a los canjes de deuda del 2005 y 2010, servirá para aliviar la tensión con la que viene funcionando la economía en los últimos meses y le brindará cierto margen de maniobra a las autoridades para no tener que implementar el ajuste brusco que a todas luces buscan evitar.

Sin embargo, algo que debería ser motivo de beneplácito, y seguramente en la mayoría de los países lo es, en el nuestro puede transformarse en un motivo de preocupación. Y es que la clase política argentina a lo largo de la historia reciente ha tenido una fuerte propensión a evadir la solución de los problemas económicos en la medida en que esto fuera posible. Las grandes crisis económicas que se registraron en los últimos 30 años de vida democrática fueron un resultado de esto. El gobierno de Raúl Alfonsín convivió con tasas de inflación que, excepto un muy breve período tras la puesta en marcha del Plan Austral en 1985, siempre se ubicaron por encima del 3% mensual y con desequilibrios fiscales que, incluso en los mejores años, nunca cayeron por debajo del 4% del PBI. Resultó inevitable, entonces, ante la no corrección de estos problemas, el estallido hiperinflacionario que no dejó otra alternativa que poner las cosas en su lugar como consecuencia de la profunda debacle económica que generó. Las gestiones de Carlos Menem y Fernando De la Rúa extendieron en el tiempo una situación de atraso cambiario que desde 1994 había instalado el nivel de desempleo por encima del 10% y que había provocado déficits en la cuenta corriente del balance de pagos en forma ininterrumpida desde 1991. El financiamiento externo y el ingreso de capitales que hubo durante el período permitieron a las autoridades nuevamente posponer la solución de los desbarajustes existentes hasta que la crisis del 2002 volvió a tornar inevitable esta alternativa.

Vale preguntarse, entonces, ahora si el acuerdo con el Club de París no puede brindarle una nueva oportunidad a la clase política argentina para desentenderse de su obligación de formular un modelo económico aceptable para la sociedad y sostenible en el tiempo que le permita al país finalmente avanzar hacia la convergencia con los países más desarrollados. ¿Este gobierno y tal vez el que viene no utilizarán el financiamiento y el ingreso de capitales que dicho acuerdo puede facilitar para extender una vez más en el tiempo el tipo de cambio real bajo y con él salarios reales más altos, de modo tal que comiencen a acumularse déficits en cuenta corriente y aumentar el endeudamiento, hasta que la situación vuelva a ser insostenible y su corrección inevitable?

No sólo son graves las crisis, que por lo menos renuevan y transforman, sino también el tiempo que se pierde durante esos períodos de indecisión previos en los que los emprendedores no tienen un panorama lo suficientemente claro como para poner en marcha nuevos proyectos productivos o en los que las señales de precios los inducen a elegir aquellos que son menos convenientes. Se provoca así un desperdicio de capital que impide poner en movimiento el proceso de acumulación que nos podría llevar hacia el Primer Mundo.