martes, 3 de junio de 2014

¿Un motivo para festejar?

Indudablemente, el acuerdo del Gobierno con el Club de París es una noticia positiva para el país. Y, en la medida en que no se vea eclipsada por una decisión desfavorable de la Corte Suprema de los Estados Unidos en relación al conflicto con los acreedores que no ingresaron a los canjes de deuda del 2005 y 2010, servirá para aliviar la tensión con la que viene funcionando la economía en los últimos meses y le brindará cierto margen de maniobra a las autoridades para no tener que implementar el ajuste brusco que a todas luces buscan evitar.

Sin embargo, algo que debería ser motivo de beneplácito, y seguramente en la mayoría de los países lo es, en el nuestro puede transformarse en un motivo de preocupación. Y es que la clase política argentina a lo largo de la historia reciente ha tenido una fuerte propensión a evadir la solución de los problemas económicos en la medida en que esto fuera posible. Las grandes crisis económicas que se registraron en los últimos 30 años de vida democrática fueron un resultado de esto. El gobierno de Raúl Alfonsín convivió con tasas de inflación que, excepto un muy breve período tras la puesta en marcha del Plan Austral en 1985, siempre se ubicaron por encima del 3% mensual y con desequilibrios fiscales que, incluso en los mejores años, nunca cayeron por debajo del 4% del PBI. Resultó inevitable, entonces, ante la no corrección de estos problemas, el estallido hiperinflacionario que no dejó otra alternativa que poner las cosas en su lugar como consecuencia de la profunda debacle económica que generó. Las gestiones de Carlos Menem y Fernando De la Rúa extendieron en el tiempo una situación de atraso cambiario que desde 1994 había instalado el nivel de desempleo por encima del 10% y que había provocado déficits en la cuenta corriente del balance de pagos en forma ininterrumpida desde 1991. El financiamiento externo y el ingreso de capitales que hubo durante el período permitieron a las autoridades nuevamente posponer la solución de los desbarajustes existentes hasta que la crisis del 2002 volvió a tornar inevitable esta alternativa.

Vale preguntarse, entonces, ahora si el acuerdo con el Club de París no puede brindarle una nueva oportunidad a la clase política argentina para desentenderse de su obligación de formular un modelo económico aceptable para la sociedad y sostenible en el tiempo que le permita al país finalmente avanzar hacia la convergencia con los países más desarrollados. ¿Este gobierno y tal vez el que viene no utilizarán el financiamiento y el ingreso de capitales que dicho acuerdo puede facilitar para extender una vez más en el tiempo el tipo de cambio real bajo y con él salarios reales más altos, de modo tal que comiencen a acumularse déficits en cuenta corriente y aumentar el endeudamiento, hasta que la situación vuelva a ser insostenible y su corrección inevitable?

No sólo son graves las crisis, que por lo menos renuevan y transforman, sino también el tiempo que se pierde durante esos períodos de indecisión previos en los que los emprendedores no tienen un panorama lo suficientemente claro como para poner en marcha nuevos proyectos productivos o en los que las señales de precios los inducen a elegir aquellos que son menos convenientes. Se provoca así un desperdicio de capital que impide poner en movimiento el proceso de acumulación que nos podría llevar hacia el Primer Mundo.


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