Cuando
parecía que las opciones del Gobierno eran cada vez más limitadas y que, de no
mediar un volantazo en la gestión del conflicto con los fondos buitre, la
economía se encaminaba hacia una mayor recesión, un aumento de la inflación o
una combinación de ambas cosas, el Banco Central anunció que pondrá en marcha el
swap de monedas que había suscripto en julio con su par de China pero que había
quedado en duda luego del ingreso del país en default. Y, al cierre de esta
edición, también se buscaba asegurar una serie de préstamos para financiar
obras de infraestructura.
Resulta
cada vez más clara la jugada del Gobierno: utilizar el financiamiento brindado
por el país asiático para mantener firme la postura frente a los fondos buitre
que tanto rédito político le ha brindado hasta ahora sin hacer frente a sus
costos: una creciente escasez de dólares que ahoga a la economía ante la
necesidad de imponer restricciones a las importaciones y establecer altas tasas
de interés para evitar una nueva devaluación que golpee el bolsillo de los
votantes.
Veremos
en las próximas semanas si los fondos que aporta China son suficientes para
aflojar las restricciones que enfrentan las autoridades económicas. Si el
Gobierno encuentra con ellos un mayor margen para destrabar importaciones y/o
bajar las tasas de interés sin que esto le impida manejar la suba del dólar
oficial de acuerdo a sus objetivos.
De
no funcionar esta estrategia, la administración kirchnerista tendrá la
posibilidad en enero de aprovechar el vencimiento de la cláusula RUFO para
modificar el enfoque que ha elegido para afrontar la decisión de la Corte
Suprema de Estados Unidos de no aceptar su pedido de revisar los fallos
judiciales favorables a los holdouts.
El
panorama presenta aun numerosos interrogantes pero cuesta imaginar que un país
que se ubica tercero en el mundo en reservas de hidrocarburos no convencionales
y presenta un bajo nivel de endeudamiento público pueda atravesar serias
dificultades en el futuro. Desde esta perspectiva, no sorprende en absoluto el
apoyo chino, aunque todavía reste determinar con mayor precisión su magnitud.
Las preguntas más importantes para los próximos años parecen ser cómo se va a
distribuir esa formidable riqueza, qué concesiones se harán al capital extranjero
a los efectos de su extracción, cómo puede afectar el florecimiento de esta
actividad a otros sectores de la economía y cómo se va a utilizar el margen de
financiamiento disponible y no, qué tan profunda va a ser la próxima crisis.
Sin
embargo, no hay que dejar de reconocer que Argentina ha desafiado a los
pronósticos optimistas en el pasado y siempre puede sumar a su larga lista un
nuevo fracaso.
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