En las
últimas semanas el Gobierno logró restablecer la calma en el mercado cambiario.
Con la ayuda o la contabilidad creativa del intercambio de monedas con China y
el impulso de los dólares tardíos de la cosecha tras el acuerdo negociado con
las cerealeras, las autoridades económicas detuvieron la sangría en las
reservas del Banco Central y reafirmaron la intención de mantener el dólar
oficial incrementándose en cámara lenta en estos meses finales del año,
indudablemente buscando anticiparse a cualquier motivo de descontento social durante
diciembre.
Lo que
podrá traer enero tal vez ni siquiera Cristina Fernández de Kirchner lo sabe.
Da la impresión de que todo estará sujeto a lo que dicten las encuestas de
opinión y a la interpretación que el círculo íntimo de la presidente haga de
ellas. Si la recesión comienza a complicar los cálculos electorales y el flujo
de dólares no permite aliviar las restricciones a las importaciones que le
ponen el freno de mano a la economía, es muy posible que se decida acomodar el
relato y buscar el mejor acuerdo posible con los holdouts. Pero si, desde la
óptica de las autoridades, un arreglo de este tipo plantea una ecuación
política desfavorable no podemos descartar que se intente llegar a octubre
rasqueteando los dólares de donde y al costo que se pueda, echándole la culpa
de las penurias a los fondos buitre y a “sus aliados” en Estados Unidos y aquí.
Por lo
pronto, el Gobierno viene ganando tiempo y conservando sus fuerzas para hacer
frente a las próximas turbulencias. Esto obviamente no es gratuito. Sea cual
fuere la táctica elegida, poco provecho sacará la economía de ella. Las
condiciones para el crecimiento hoy son nulas. La trayectoria completamente
imprevisible de los precios relativos ante un gobierno sin plan y un cambio de
administración en menos de 1 año torna imposible definir con un mínimo grado de
certeza cuáles son las alternativas de inversión que brindan perspectivas razonables
para los próximos años. Y sin inversión el crecimiento se verá completamente
limitado.
Puede
servir como consuelo o agregar motivos para el desasosiego saber que las
elecciones económicas de las autoridades actuales no ofrecen nada novedoso. Hablando
sobre la situación del país entre 1955 y 1967, el economista cubano Carlos Díaz
Alejandro decía en 1970: “Es cierto que el estrangulamiento de divisas se había
agravado hasta tal punto que la reasignación de recursos necesaria para
corregirlo se tornaba cada vez más dificultosa. Resultaba, entonces, tentador adoptar
políticas que sacaran el mejor provecho de una mala situación en vez de encarar
de frente los problemas de divisas”.
Este pasaje
bien podría referirse al estado actual de la economía. Hasta que no se resuelva
el problema de competitividad que ésta tiene, que ha tornado estructural la
escasez de moneda extranjera, el país no va a retomar la senda del crecimiento.
Sólo nos queda esperar que la manera de pensar reflejada en el texto citado no
se replique en el mandato presidencial que se inaugurará en diciembre del año
que viene, sea quien sea el que reciba el cetro.
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