El
aumento en el índice de desocupación, que reconoció el propio Instituto de
Estadísticas y Censos para el tercer trimestre de este año en relación al mismo
período del anterior, del 6,8% al 7,5%, y que el Gobierno se empeña en
presentar como el resultado de los coletazos de la situación económica
internacional sobre nuestro país, es consecuencia directa, además de otros
factores, de la estrategia que han elegido las autoridades para controlar la situación
en el mercado cambiario y hacer frente a la escasez estructural de divisas que
sus propias políticas han provocado.
En
los últimos años, los aumentos de los costos en dólares, el cepo cambiario y,
de manera más general, la ausencia de líneas estratégicas de mediano y largo
plazo y la incertidumbre macroeconómica han desincentivado casi por completo la
inversión en el sector exportador y en el de sustitución de importaciones,
poniéndole un freno a la capacidad de la economía para aumentar la oferta de
divisas. Y, cuando los excedentes comerciales y el stock de reservas acumulado
en el Banco Central comenzaron a agotarse, se optó por aplicar las fuertes
restricciones a las importaciones a las que nos venimos acostumbrando, en lugar
de corregir los estímulos para reactivar la inversión en los sectores
productivos generadores de dólares.
Entonces,
lo que en las últimas semanas se ha presentado como un triunfo de las
autoridades económicas, que lograron restablecer la calma en el mercado
cambiario, está íntimamente ligado con el fracaso en el frente laboral. Es la
otra cara de la misma moneda. Para detener la pérdida de reservas que alimentaba
las expectativas devaluatorias, el Gobierno limitó el acceso a los dólares por
parte de los importadores. Esto no sólo obstaculiza la posibilidad de las
empresas de crear nuevos puestos de trabajo, al privarlas de insumos necesarios
para su actividad, sino que retroalimenta la escasez estructural de divisas al
impedir el acceso de los empresarios a los bienes de capital necesarios para
ampliar la capacidad productiva en el sector exportador o en el de sustitución
de importaciones, a la vez que genera incertidumbre sobre la disponibilidad
futura de insumos.
Parece
claro que este panorama se va a mantener durante el 2015. El Gobierno podrá
aflojar un poco las restricciones a las importaciones en la medida en que
llegue a un acuerdo con los fondos buitres que, por lo menos, permita la
refinanciación de los pagos de deuda comprometidos para el año que viene. Y
también es muy factible que, al acercarse el fin del mandato, esté más
dispuesto a tolerar una pérdida de reservas a cambio de unos puntos menos en la
tasa de desocupación. Pero casi con seguridad no va a tomar medidas de fondo
para corregir el estancamiento en la generación de divisas, lo que le pone un
techo a las posibilidades de crecimiento de la economía y, por ende, a la
capacidad para revertir la tendencia de deterioro del mercado laboral.
En
síntesis, el 2014 será recordado como el año en que comenzaron a sufrirse en
carne viva los efectos de los errores de política económica que se viene
cometiendo desde hace mucho tiempo. El aumento en la desocupación y la caída en
el salario real que se registraron este año son el resultado directo de esos
errores y, en lo que queda de su gestión, el Gobierno podrá limitarlos pero
difícilmente revertirlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario