Si
bien acabamos de ingresar en un año electoral en el que el panorama económico
presenta un alto grado de incertidumbre, se puede aventurar algunos
pronósticos, sabiendo que el Gobierno va a tener que encontrar un delicado
equilibrio entre lo posible y lo ideal de acuerdo a sus objetivos políticos
para este 2015.
Para
empezar, seguramente procurará cerrar las negociaciones salariales con aumentos
en torno al 30%. Eso explica, en parte, los esfuerzos que se tomó para clavar
el dólar oficial en los últimos meses del 2014 y bajar, de ese modo, la
inflación, que, de acuerdo a las estimaciones privadas, había superado el 41%
anual en septiembre y octubre.
Con
aumentos salariales en torno al 30%, el Gobierno muy probablemente intentará mantener
la suba del dólar oficial en el 2015 entre un 20% y un 25%. Obviamente, existe
la tentación de que esta suba sea lo menor posible, de modo de brindarle a sus
votantes un aumento en el poder adquisitivo de sus salarios. El asunto es que
mientras menor sea dicha suba mayores serán los requerimientos de
financiamiento y/o de restricciones a las importaciones, a los fines de
contener los efectos de la mayor demanda agregada sobre la disponibilidad de
divisas. Esto sería algo poco conveniente en el escenario más probable, en el
que se extiende el conflicto con los fondos buitre, y podría provocar un
aumento indeseado en el nivel de desempleo.
Si
las autoridades logran acomodar las variables económicas en los niveles
mencionados, se podría esperar un desempeño de la actividad económica similar
al del 2014 o un poco mejor y una inflación cercana al 30%.
A
lo largo del año, es de esperar un intenso forcejeo entre las autoridades
económicas y los productores y exportadores de granos para evitar el
atesoramiento de la cosecha. Existirían fuertes incentivos para esto si se
percibiera que puede haber una devaluación brusca del peso tras la asunción de
la próxima administración. Pero, llegado el caso, el Gobierno puede apelar
nuevamente a la emisión de títulos dollar
linked para calmar la ansiedad de quienes temen cambiar sus divisas por una
moneda que pierde valor día tras día.
El
cepo cambiario continuará siendo un actor protagónico e inevitable de la
realidad económica argentina. Con una inflación en torno al 30%, atraso
cambiario y tasas de interés de entre el 20% y el 24%, dependiendo de si los
depósitos son minoristas o mayoristas, si los ahorristas pudieran acceder en
forma más libre al dólar oficial se volcarían hacia él en forma masiva. Aun con
las restricciones vigentes, la compra de divisas para atesoramiento y turismo en
el mercado oficial se consumió cerca de la mitad del superávit comercial
durante el 2014. Deberemos estar contentos si las limitaciones no se
profundizan.
Indudablemente,
la economía presenta numerosos factores de inestabilidad, como el atraso
cambiario, el cada vez más débil superávit comercial, el abultado y creciente
déficit fiscal, la voluminosa emisión de dinero para financiarlo y el conflicto
con los fondos buitre, entre otros, pero da la impresión de que el margen de
maniobra aun disponible y, por sobre todas las cosas, la expectativa de que el
cambio de gobierno va a traer consigo la aplicación de políticas económicas mas
razonables y consistentes van a ser suficientes para sortearlos. En fin, no hay
motivos para el festejo pero tampoco para la desesperación.
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