En
una campaña electoral completamente vacía de debate sobre las políticas
económicas a seguir durante los próximos 4 años, lo único que pareciera estar
en juego es una disyuntiva vaga entre continuidad o cambio.
Sin
embargo, lo cierto es que, tras 4 años de estancamiento económico y con el
agotamiento de las reservas internacionales y del superávit comercial, la
posibilidad de una continuidad de las políticas actuales durante la próxima
administración es improbable, gane quien gane las elecciones presidenciales de
octubre.
Hay
que tener presente que en diciembre de 2011, cuando Cristina Fernández de
Kirchner inició el actual mandato, las reservas del Banco Central se ubicaban
en 46 mil millones de dólares y el superávit comercial, en torno a los 10 mil
millones de dólares. Hoy, las arcas de la entidad monetaria, apuntaladas por
préstamos del Banco Central de China, por los pagos de la deuda que no se
pudieron realizar como consecuencia del bloqueo del juez Griesa y por otros atrasos,
se ubican por debajo de los 34 mil millones de dólares. Y, en los primeros 5
meses del año, el superávit comercial apenas se acercó a los 800 millones de
dólares. Es decir, al inicio del actual mandato, existía margen para que la
economía se mantuviera en marcha, aun con crecientes dificultades, sin realizar
cambios de fondo. Se podía utilizar el impulso del gasto público y de la
expansión de la oferta de dinero, las herramientas al alcance de las
autoridades, y confiar en el excedente comercial y las reservas existentes para
hacer frente a las necesidades de divisas que pudieran surgir. Pero hoy ese
margen es exiguo.
El
gobierno que asuma puede apostar a una oportuna recuperación de los precios de
los productos agropecuarios, a que Brasil salga del estancamiento o al
financiamiento externo que pueda conseguir en las condiciones actuales, pero ésta
sería una apuesta sumamente arriesgada ya que implicaría dejar pasar la ventana
de oportunidad política que brindará la victoria electoral.
Desde
ya, la introducción de cambios en la orientación económica no implica
necesariamente un resultado exitoso. Por ejemplo, se puede trazar ciertos
paralelismos entre el panorama de hoy y el de finales de 1999, cuando asumió el
gobierno de Fernando de la Rúa, si bien en ese momento la situación era un poco
más acuciante, con un déficit comercial de alrededor de 2 mil millones de
dólares, un nivel de deuda pública más comprometedor y reservas internacionales
de 19 mil millones de dólares. En aquel entonces, como ahora, se requería un
cambio para apuntalar a la economía. Se optó por el tristemente célebre
“impuestazo” de José Luis Machinea, una medida con la que no se logró revertir
el proceso de deterioro y que comenzó a pulverizar el capital político con el
que contaba la administración.
En
definitiva, la incertidumbre que hoy podemos tener respecto a lo que hará el
próximo gobierno no pasa tanto por si habrá o no cambios en las políticas
económicas actuales sino más bien por cuál será la profundidad, la naturaleza y
la viabilidad política que éstos tendrán. Estas son las cuestiones que
deberemos tener en mente cuando decidamos nuestro voto, sin contar, para ello,
lamentablemente, con la ayuda de los candidatos, que a lo largo de la campaña
se vienen esforzando por mantener sus planes, si es que los tienen, en el más
absoluto de los secretos, limitándose a decirle a cada auditorio lo que éste
quiere escuchar.