En
la nota de tapa de esta edición se analiza en profundidad la situación crítica
de las cuentas fiscales, con un déficit que, en la perspectiva histórica, sitúa
a la actual gestión económica en una compañía de la que seguramente no se
enorgullece. Como se verá más adelante, el resultado fiscal con el que se
estima va a finalizar este año va a ser uno de los peores de la historia y se ubicará
en niveles semejantes a los registrados en el rodrigazo, la crisis de la deuda
de principios de la década del ´80 y la hiperinflación a finales de esa misma
década. Con este logro, Axel Kicillof quedará emparentado con ministros de
economía como Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, José Martínez de Hoz,
Lorenzo Sigaut, Roberto Alemann o Juan Sourrouille, algunos de los cuales ha
criticado fervientemente.
Dejando
de lado las particularidades de cada período, un punto en común que se puede
identificar en todos ellos es la existencia de una economía que perdió el
impulso del sector privado y en la que el sector público ocupó su lugar hasta
el punto que la capacidad de endeudamiento y las restricciones externas le permitieron.
Y lo que, a lo largo de estas experiencias, reprimió el impulso privado fue la
falta de rentabilidad o, cuando ésta existió, la falta de garantías de que
fuera a mantenerse en el tiempo. Esto fue producto, entre otras cosas, de las
políticas erráticas, de la arbitrariedad y el oportunismo de los distintos
gobiernos y de la falta de consenso de la sociedad respecto al modelo de país
que se pretendía.
Esto
se observa claramente en la última década. Entre 2003 y 2008, los
extraordinarios precios de los commodities
y el dólar alto brindaron condiciones de rentabilidad para que el sector
privado anotara una expansión notable, también favorecida por el punto de
partida bajo. Fue así como las exportaciones, el motor fundamental de toda
economía para crecer en forma sostenida, casi se triplicaron en dicho período,
pasando de 25.700 millones de dólares en 2002 a 70.000 millones de dólares en
2008, el año previo a la crisis internacional, que tuvo un fuerte impacto en el
comercio internacional. Desde 2009 en adelante, con el proceso de apreciación
cambiaria, que le bajó la rentabilidad al sector exportador, y las medidas y el
discurso de un gobierno que pareció en muchos momentos dispuesto a avanzar
sobre las ganancias de las empresas, comenzó a sentirse cada vez con más fuerza
el estancamiento del sector privado. Los resultados en materia de exportaciones
han sido contundentes: tras alcanzar un máximo de 84 mil millones de dólares en
2011 y mantenerse en los 2 años siguientes cerca de ese nivel, se desplomaron
en el 2014, a un total de 72 mil millones de dólares, y se ubicarían en un
nivel aun más bajo este año.
Resulta
indiscutible que la misión principal del próximo gobierno es encender
nuevamente el fuego de la iniciativa privada. Debe lograr crear condiciones de
rentabilidad y perspectivas de que esa rentabilidad se va a mantener en el
tiempo para las empresas, principalmente en el sector exportador. Y mientras
mayor sea la participación y el compromiso de la dirigencia política, sindical
y empresaria en este proceso mejores van a ser los resultados. De nada servirá
el mejor programa económico si no cuenta con el grado de legitimidad suficiente
que esa participación le puede dar.
Si
no logramos avanzar en esa dirección vamos a quedar sujetos al azar de los
precios internacionales de los commodities y al financiamiento que podamos
conseguir, disputándonos una torta que no nos ponemos de acuerdo cómo hacer
crecer y esperando el golpe que nos arroje hacia la próxima crisis.
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