Resultan muy llamativos los vaivenes de
electrocardiograma que viene mostrando el mercado de capitales local al ritmo
de los rumores políticos que mejoran o empeoran las perspectivas de los
principales candidatos presidenciales para las elecciones de octubre.
A la luz de la experiencia histórica de la
Argentina, parece desmedido el optimismo que despierta la posibilidad de una
victoria de Mauricio Macri. Si bien uno está dispuesto a las gratas sorpresas,
cuesta imaginar que la nueva administración pueda introducir las correcciones
que se requieren en la proporción adecuada para que la economía ingrese en un
proceso de crecimiento sostenible sin sufrir un desgaste político que erosione
la base de apoyo necesaria para garantizar la gobernabilidad.
No tiene porqué repetirse la historia, pero no hay
que olvidar las dificultades que encontró el gobierno de Fernando De la Rúa,
entre 1999 y 2001, para lograr ese equilibrio esquivo en nuestro país entre
consistencia económica y gobernabilidad. Tres economistas de incuestionables
calificaciones, como José Luis Machinea, Ricardo López Murphy y Domingo Cavallo,
echaron mano a diversas herramientas para torcer el destino de crisis de la
economía, desde el aumento de los impuestos y el recorte del gasto público
hasta la canasta de monedas y los planes de competitividad, pero en todos los
casos chocaron contra la compleja realidad política de la Argentina.
Por lo tanto, en lugar de creer ingenuamente que el
futuro va a ser luminoso si gana un candidato y completamente sombrío si se
impone otro, tal vez debemos trabajar, cada uno desde su lugar, para construir en
conjunto un modelo de país que despierte el mayor nivel de adhesión posible en
la sociedad y que, a partir de esa legitimidad, se pueda mantener en el tiempo,
una condición fundamental para que la Argentina pueda desarrollar su potencial.
Desde esta perspectiva, no debería haber una
disyuntiva entre la continuidad o el cambio sino que se debe procurar una
continuidad con cambios, de modo de mejorar el funcionamiento de la economía pero
sin alienar el apoyo de las miles de personas que encontraron en el modelo
actual una contención y una luz de esperanza para el futuro luego de la
profunda crisis de la salida de la convertibilidad. De lo contrario, los
perdedores de hoy estarán agazapados, esperando su oportunidad para volver
dentro de algunos años y revertir los cambios que se hayan introducido en el interín.
Y, así, perderemos todos. Seguiremos deambulando entre rachas y crisis
recurrentes, sin brindarle soluciones permanentes a los sectores más
vulnerables de la sociedad.
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