En
los últimos días se percibe un claro cambio de tónica en los anuncios
económicos del Gobierno. Las malas noticias se van espaciando y comienzan a
predominar los lanzamientos de obras, beneficios impositivos y crediticios y
excepciones a los aumentos tarifarios anunciados semanas atrás.
La
estrategia fue clara desde un principio: concentrar las medidas impopulares en
los primeros meses de gestión, ligándolas lo más posible a la herencia
recibida, y dejar el terreno despejado para poner la economía en marcha y
llegar a las elecciones del año que viene con un ritmo aceptable de crecimiento
y con los malos recuerdos lo más lejos posible en el tiempo.
Sin
embargo, existen un conjunto de cuestiones que el Gobierno deberá tener muy
presente para que, primero, esta estrategia le permita obtener un resultado
electoral exitoso el año que viene y, en segundo término, para que, aun
ganando, no se encuentre con una segunda parte del mandato que sea más cuesta
arriba que esta primera.
Por
un lado, en las últimas semanas existen diversos reportes acerca de las
dificultades de gestión que viene teniendo la administración. La falta de
experiencia, la desconfianza en el aparato burocrático y el deseo de revisar
todo lo que se ha heredado están afectando fuertemente el funcionamiento del estado.
Esto presenta el riesgo de que, aun cuando tenga el deseo y los recursos para
recomponer en los próximos meses la situación de los sectores más golpeados por
las medidas económicas de esta primera etapa, carezca de la capacidad para
llegar en tiempo y forma hacia ellos.
Por
otro lado, para que la economía se reponga y llegue a la campaña electoral con
un ritmo de crecimiento aceptable, se necesitará el aporte de la inversión privada,
algo que el propio Gobierno ha manifestado en numerosas oportunidades. Sin
embargo, sus dificultades para formular un rumbo claro conspiran contra ella.
Un interrogante particularmente serio tiene que ver con el tipo de cambio real.
La devaluación y la eliminación de las retenciones habían planteado un panorama
alentador para los exportadores argentinos al inicio de la gestión pero hoy
muchos de ellos deben estar empezando a dudar acerca de sus posibilidades para
los próximos meses, frente a un dólar que viene perdiendo por paliza frente a
la inflación y la perspectiva cada vez más probable de que se lo utilice como
ancla antinflacionaria para llegar con los precios contenidos a las elecciones
del año que viene.
Vinculado
con esto, se abre el último de los interrogantes. Existe un riesgo claro de que
el esfuerzo electoral haga que el Gobierno pierda terreno en los importantes
avances que se lograron hacia el indispensable reordenamiento de la economía. O
porque utilice el dólar como ancla inflacionaria y para mejorar el poder
adquisitivo de los salarios. O porque se exceda en el aumento del gasto
público. Podría suceder entonces que llegara a diciembre del 2017 con una
situación no muy distinta a la del comienzo de su mandato, nada más que con la
confianza debilitada y un margen menor de endeudamiento.
El
panorama no es sencillo. Esperemos que las autoridades puedan corregir a tiempo
las deficiencias y obtengan la confianza y el apoyo del sector empresario necesarios
para que la economía se ponga lo antes posible en marcha. Pero, por sobre todas
las cosas, que no sacrifique los avances que ha logrado en pos de un resultado
electoral. Sería un gran cambio para la política argentina y un importante
salto hacia el futuro.
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