El año que recién comienza tiene la particularidad de que
van a ser menos importantes los resultados económicos que se obtengan que la
forma de llegar a ellos. Esto siempre es así pero más aun en un año en el que
las autoridades se pueden ver tentadas a buscar los resultados fáciles, tangibles
y de corto plazo que le pueden garantizar la victoria en las elecciones de
medio término y allanar el camino político en la segunda mitad del mandato.
Resulta indudable que la economía va a crecer y por muchos
motivos. En primer lugar, porque todo el año la vamos a estar comparando con un
2016 bastante malo. En segundo lugar, porque es de esperar un buen desempeño
del campo, uno de los sectores que más se benefició con el cambio de gobierno,
por la devaluación tras la apertura del cepo cambiario, la reducción de las
retenciones y la eliminación de las restricciones a las exportaciones de
algunos de sus productos. Por otra parte, excepto que el mundo dé un vuelco
brusco con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos,
el Gobierno cuenta con un margen de financiamiento disponible para impulsar la
economía a través de la obra pública y otros gastos o rebajas impositivas que
considere necesarias, sin tener que preocuparse en forma excesiva por el alto
déficit fiscal. Asimismo, es de esperar una recuperación del salario real y,
por ende, del consumo, teniendo en cuenta las presiones hacia el atraso
cambiario que existen y los buenos ojos con los que los funcionarios pueden ver
eso en un año electoral. Brasil también puede hacer su aporte. Tras una fuerte
caída del PBI en los últimos 2 años, se espera una leve recuperación este año
que puede generar una demanda adicional para la duramente golpeada industria
argentina. La administración puede tener, además, la expectativa de que su
discurso amigable con el mercado, los avances logrados en el reordenamiento de
la economía y la disponibilidad de capitales argentinos recientemente
blanqueados y en busca de oportunidades pueden alentar un crecimiento de la
inversión privada que también haga su contribución al rebote.
El Gobierno seguramente estará monitoreando atentamente si
los factores más genuinos (el crecimiento del campo, la inversión privada, las
exportaciones a Brasil, etc.) son lo suficientemente fuertes para generar un
crecimiento satisfactorio en términos políticos y hasta qué punto debe
contribuir con los más artificiales (expansión del gasto público, aumento del
salario real a costa del atraso cambiario) para lograr ese objetivo.
Este rebalanceo nos permitirá a fin de año saber dónde
estamos y hacia dónde vamos. Si el Gobierno, por debilidad en los factores genuinos,
por malos resultados en las encuestas, para reducir la conflictividad social o
por lo que fuere, se siente obligado a apelar en forma excesiva a los factores artificiales,
esto redundará en un déficit fiscal más elevado, un problema de competitividad
externa más pronunciado y una trayectoria de endeudamiento más insostenible. En
otras palabras, nos habremos acercado más a la próxima gran crisis.
Se entiende que la sociedad en su conjunto, en este año en
el que tendrá la oportunidad de manifestar su voluntad a través del voto,
tendrá un rol fundamental. Si demanda resultados inmediatos, no hace distinción
entre los motores genuinos y los artificiales del crecimiento, no hace una
evaluación adecuada del estado de la economía y de los esfuerzos que éste
requiere y vota en consecuencia, hará su contribución y será responsable del
resultado final hacia el que nos encaminaremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario