Estamos
cerrando un año que en materia económica deja varias cuestiones positivas pero
también serios motivos de preocupación. La calificación final que cada uno le
va a asignar a este 2017 va a depender de la tendencia que se tenga a mirar la
mitad llena o la vacía del vaso.
Comenzando
con la parte llena, indudablemente hay que mencionar la tasa de crecimiento con
la que la economía cerrará el año, cercana al 3%. Si bien este desempeño se
encuentra en línea con las expectativas que había a finales del año pasado (el promedio
del Relevamiento de Expectativas de Mercado publicado por el Banco Central en
diciembre del año pasado fue de 2,9%), eso no le quita méritos al resultado,
viniendo de una caída del PBI de 2,2% el año pasado.
Otro
de los aspectos positivos del 2017, es la importante caída de la inflación.
Tras marcar un 40% en el 2016, se perfila para cerrar el año en el 23,5%: un
éxito indudable, a pesar de que muchos prefieren detenerse en el hecho de que
quedó lejos de la meta fijada por el Banco Central, del 17%. Lo cierto es que
se tratará de la inflación más baja desde 2011, cuando se ubicó en el 22,8%.
También
hay que destacar la evolución de las cuentas públicas. Los últimos 3 meses reflejaron
un importante avance en materia fiscal, con una caída real del gasto primario,
que creció 17% interanual en agosto y septiembre y solo 6% en octubre, gracias
principalmente a los fuertes ahorros que se vienen logrando en materia de
subsidios, que cayeron más de un 40% interanual en septiembre y octubre. Como
resultado de este esfuerzo, el déficit fiscal primario fue en los primeros 10
meses del año de solo un 2,5% del PBI, lejos del objetivo planteado del 4,2%
cuando faltan los datos de los dos últimos meses, que eso sí suelen presentar
los desequilibrios más abultados.
Cuando
uno mira las zonas oscuras de la economía, el atraso cambiario ocupa un sitial
de privilegio. Provocado por la combinación de un elevado déficit fiscal, que
impone la necesidad de apelar al ahorro externo, y la obstinación del Banco
Central en cumplir metas de inflación irreales, con tasas de interés en las
nubes que atraen capitales especulativos, no solo es preocupante por la
vulnerabilidad y volatilidad que le imprime a la economía sino también porque
desincentiva la inversión en los sectores de bienes transables, clave para un
crecimiento sólido en los próximos años. Como consecuencia de esto, el déficit
comercial superó entre enero y octubre los 6.000 millones de dólares y ya es el
más alto de la historia en términos nominales.
Tampoco
puede dejar de mencionarse el inevitable aumento de la deuda, como resultado de
la justificable decisión de reducir el déficit fiscal en forma gradual. A
finales de junio, la deuda externa bruta alcanzaba los 204,8 mil millones de
dólares, un crecimiento interanual del 16%, alimentado principalmente por el
incremento del 35% en el endeudamiento del gobierno nacional y los
provinciales. Sin dudas, una importante amenaza de cara al futuro.
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