En los últimos días se manifestó en forma evidente la fuerte
división que presenta nuestra sociedad. Una división que no es nueva pero que
se viene acentuando a partir de las medidas económicas que viene tomando el Gobierno
desde la última elección y la reacción de ciertos sectores de la población
frente a las mismas.
Esta división bien marcada de la sociedad parece ser parte
de la estrategia de supervivencia del Gobierno. En un escenario de bajo
crecimiento e inflación como el que va a prevalecer a lo largo de este mandato,
en el que los recursos para distribuir van a ser más escasos, busca mantener la
fidelidad de su electorado a través de la polarización, aglutinándolo en torno
a un enemigo común, buscando imponer la sensación de que si es derrotado todos
aquellos que se han beneficiado de alguna manera en estos últimos 10 años van a
perder lo que consiguieron. Busca presentar una dialéctica según la cual la
única alternativa al modelo económico actual es el neoliberalismo de los años
´90. Busca remarcar las diferencias que nos separan más que las coincidencias
que nos unen.
Esta estrategia ha rendido sus frutos incluso en segmentos
de la población con un sentido crítico. Hace algunos días intenté explicarle a
un simpatizante del kirchnerismo lo grave que es la inflación y las
consecuencias que ésta tiene sobre el crecimiento potencial de un país y sus
posibilidades de desarrollo. La respuesta fue completamente inesperada: “Yo
prefiero el peor momento de la década del ´80, en el que por lo menos la gente
tenía trabajo, que lo que sucedió durante los años ´90. Mientras la gente siga
teniendo trabajo yo voy a seguir apoyando a este Gobierno”.
Esta es una respuesta realmente interesante que pone en
evidencia el éxito del discurso oficial y el fracaso de la oposición para
formular una alternativa coherente y creíble. Resulta sorprendente que una
persona inteligente, con un buen nivel educativo, no se dé cuenta que existen
alternativas intermedias mucho más saludables, que las opciones no son
inflación sin desempleo o desempleo sin inflación. No necesita tener ningún
conocimiento de economía. Sólo tiene que ver lo que sucede en el resto del
mundo. Por ejemplo, si tomamos a los países del G20, el único que tiene una
inflación por encima del 10% anual es Argentina (24.2%, de acuerdo al promedio
de agosto de las consultoras privadas publicado por el Congreso). Sin embargo,
11 de los países del G20 tienen una tasa de desocupación inferior a la que
presenta nuestra economía (7.2%). Es decir, más de la mitad de los países de
este grupo tienen menos inflación y menos desempleo que la Argentina. Y de los
países que tienen un desempleo mayor al nuestro, 5 tienen menos del 10%, una
cifra claramente menor al promedio de la década del ´90. Sólo 3 países tienen
una tasa de desempleo superior al 10%.
La sociedad no debe entrar en el juego de confrontación
planteado por el Gobierno. Ni quienes apoyan al Gobierno ni quienes se oponen a
sus políticas o se sienten perjudicados por ellas deben mirar al otro como un
rival, como alguien que se quiere quedar con algo que no le pertenece o con
quien no pueden compartir la vida en sociedad. La única manera de que la Argentina pueda
finalmente ingresar en la senda del desarrollo es a través del consenso. Las
sociedades que están divididas, que se disputan el poder y los recursos en
lugar de trabajar en conjunto para generar una mayor riqueza, se sumergen en el
estancamiento y el atraso económico.
Los países más exitosos de las últimas décadas son aquellos
en los que la clase dirigente logró un consenso en torno a un modelo de país y
se mantuvo fiel al mismo. Se podrán encontrar algunos fracasos pero son más
numerosos los éxitos. Esto es lo que debemos reclamar a los políticos, en lugar
de premiar a aquellos que medran con el desacuerdo y la fragmentación.
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