Los últimos meses han entregado algunos números fiscales
alentadores para los que aun tienen la esperanza de que este gobierno no lleve a
la economía por el sendero de una inflación creciente.
Con los datos correspondientes al mes de agosto se confirmó
la tendencia descendente que viene mostrando a lo largo del año el crecimiento
del gasto primario (que no incluye los intereses de la deuda pública) del
estado nacional. El gasto público había crecido durante el primer cuatrimestre
del 2012 a
tasas interanuales de entre el 33% y el 45%. Sin embargo, en el segundo
cuatrimestre estas tasas fueron de entre el 25% y el 33%, superando el 28% sólo
en el mes de junio. Si consideramos una inflación en torno al 24%, de acuerdo a
las estimaciones privadas difundidas por el Congreso de la Nación, estamos hablando de
un gasto público que en 3 de los últimos 4 meses se habría incrementado en
términos reales menos del 4% interanual.
Estos datos pueden ser tomados en forma optimista, creyendo
que, conciente de los efectos que en los últimos años causó sobre los precios el
sostenido incremento del gasto público acompañado por una política monetaria
laxa, el Gobierno ha optado por el camino de la moderación, intentando aflojar
las presiones inflacionarias.
Sería una decisión sabia teniendo en cuenta que la estructura
de contención que erigió en el último año, con los controles cambiarios y las
restricciones a las importaciones, no podrá soportar en forma interminable la
convivencia de una inflación superior al 24% con una tasa de incremento del
dólar por debajo del 15%.
Lamentablemente, si así fuera, el Gobierno sigue firme en su
postura de no reconocer en forma abierta los problemas o tal vez considera
simplemente que el contexto político no le permite actuar de otra manera. Es
que si este “esfuerzo” se viera acompañado de un acuerdo con empresarios y
sindicatos lo suficientemente amplio se podría lograr una reducción de la tasa
de incremento de los precios en un lugar de apenas evitar que ésta suba.
Pero los datos también pueden ser interpretados en forma
pesimista. Se puede tratar sólo de una pequeña pausa, un respiro. El Gobierno
puede estar ahorrando energías, conservando la capacidad instalada disponible,
para dar inicio a la fiesta en el momento oportuno, en aquél en el que pueda
capitalizar al máximo políticamente el aumento en la actividad y el empleo, es
decir en los meses previos a las próximas elecciones legislativas del 2013, que
tienen un importancia clave para el futuro del kirchnerismo.
Ciertamente, es difícil creer que el Gobierno no va a
utilizar todos los medios fiscales a su disposición para lograr el año que
viene el triunfo electoral más abultado posible. Pero los optimistas siempre
encontramos motivos para la esperanza. Desde esta perspectiva, tal vez las
señales de moderación que reflejan los últimos números fiscales sean un indicio
de que finalmente, a los tumbos y continuando ignorando públicamente los
problemas de fondo de la economía, se está comenzando tímidamente a dar cuenta
de ellos.
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