A la luz de un conjunto de datos que han surgido en los
últimos días, resulta cada vez más difícil imaginar que el euro, tal cual lo
conocemos hoy, continúe existiendo mucho tiempo más. Parece baja la
probabilidad de que países como España, Grecia, Portugal y, en menor medida,
Italia o Francia mantengan esta sociedad que les exige condiciones cada vez más
insostenibles en términos de su política doméstica.
Una reciente encuesta realizada en Alemania muestra que, a
pesar de ser la principal responsable de la situación cada vez más grave de la
economía de la eurozona y venir impulsando políticas que a todas luces están provocando
un deterioro económico y social en todos los países de la periferia europea, el
apoyo de los votantes alemanes hacia Angela Merkel, la primer ministra germana,
se encuentra en el nivel más alto desde 2007, año en el que se inició la
crisis.
Mientras tanto, el contexto político en los países más
comprometidos, España, Grecia y Portugal, se encuentra en franco deterioro. El
creciente desempleo que desde hace 4 años vienen registrando (en los dos
primeros ya supera el 25% y en el tercero alcanzó en los últimos días el nivel récord
del 15.8%) está haciendo sentir sus efectos en la arena política. Al margen de
las manifestaciones que se tornan violentas en forma cada vez más frecuente, el
apoyo de los partidos políticos que vienen implementando las políticas de austeridad
está sufriendo una creciente erosión. En Grecia, las últimas encuestas ya
ubican al partido Syriza, que manifiesta una clara oposición a las políticas
que se están aplicando, por delante del partido que lidera la coalición
gobernante. En España, si bien los partidos tradicionales mantienen el
liderazgo han perdido un terreno importante en las encuestas desde las
elecciones del año pasado. En estas elecciones, el Partido Popular y el Partido
Socialista Obrero Español sumaron un 73% de los votos. Los últimos sondeos de
opinión les otorgan entre un 55% y un 60%. En Portugal, el líder de la oposición,
que extendió su liderazgo a más de 8 puntos porcentuales en las últimas
encuestas, afirmó a fines de la semana pasada que las políticas de austeridad que
viene implementando el país han fracasado y rechazó los próximos recortes al
gasto público que busca imponer el partido gobernante.
Teniendo en cuenta este deterioro electoral y las magras
perspectivas económicas (en los 3 países se proyecta una nueva caída en la
actividad económica para el año que viene), no parece que den los tiempos para
que las políticas que vienen impulsando los países del norte de Europa,
liderados por Alemania, logren un retorno al crecimiento de estas economías. Lo
que se pretende es que la elevada tasa de desocupación que hoy presentan,
sumada a la flexibilización de sus regímenes laborales, provoque una caída en
los salarios reales y que la reducción del déficit fiscal y la mejora en la relación
deuda pública/PBI generen una recuperación de la confianza de los inversores.
La combinación de estos factores impulsaría un aumento de la inversión, como
consecuencia de la reducción en la tasa de interés resultante del regreso de los
capitales y de la mejora en la competitividad causada por la caída en el
salario real, y de esa manera estos países volverían a crecer.
El asunto es que los plazos para lograr estos resultados parecen
demasiado largos, tras más de 4 años de sacrificio, para que los partidos que
sostienen estos programas logren mantenerse en el poder el tiempo suficiente. Por
otra parte, las actuales condiciones políticas y sociales conspiran contra la
posibilidad de que estos resultados se concreten.
La eurozona no tiene peores indicadores que Estados Unidos. Su
déficit fiscal consolidado fue en el 2011 del 4.1% del PBI, contra el 9.8% en
Estados Unidos. Su endeudamiento total del sector público ascendió a 92.7% del
PBI, contra el 103% en Estados Unidos. En 2011 registró un superávit en la
cuenta corriente de la balanza de pagos del 0.1% del PBI, contra un déficit del
3.1% en Estados Unidos. Si se viera a sí misma como una unidad, en la que
coexisten regiones más ricas y regiones más pobres, podría encontrar una
solución mucho más viable que obligar a las regiones más retrasadas a soportar
todo el peso del ajuste. Pero hasta el momento no es esta la posición ni de los
líderes ni del pueblo alemán y si no modifican su postura el euro tiene los
días contados.
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