Si el Gobierno continúa en el 2013 resistiéndose a
introducir los cambios que la economía argentina requiere para volver a crecer
a todo su potencial, a lo largo del camino se irá dando cuenta que tiene que elegir
entre alternativas cada vez más desagradables.
Principalmente como consecuencia de la elevada inflación,
que genera una gran incertidumbre respecto a lo que puede suceder con los
precios relativos de la economía dificultando enormemente calcular la
rentabilidad de cualquier proyecto productivo, la tasa de inversión en la Argentina se encuentra
claramente por debajo de sus posibilidades. Y este hecho se ha visto exacerbado
en el 2012 como resultado de los parches que el Gobierno aplicó a la economía para
evitar enfrentar el problema inflacionario, como es el caso de las
restricciones a la compra de moneda extranjera y a las importaciones. La
víctima más evidente fue la construcción, desalentada por una caída de las
ventas de inmuebles que en la Capital
Federal se encontró en torno al 30% a lo largo del año. Pero
muchos otros proyectos se dejaron de lado ante la imposibilidad de tener
garantizado el suministro de las maquinarias y los insumos importados
necesarios para llevar adelante la producción.
El hecho de que, como consecuencia de sus propias políticas,
la tasa de inversión de la economía se encuentra por debajo de sus
posibilidades obligará al Gobierno a optar en forma cada vez más inevitable entre
una mayor inflación y un mayor desempleo. Finalmente, esta falsa disyuntiva,
muchas veces esgrimida por los defensores de la política económica de los
últimos 10 años para justificar la creciente inflación, se va a hacer realidad.
Esto se debe a que una menor inversión reduce el crecimiento
de la demanda de trabajo del sector privado. Por lo tanto, baja la capacidad de
la economía para absorber a todos los trabajadores que, como resultado del
crecimiento de la población, se incorporan año a año al mercado laboral. Frente
a un excedente de oferta en el mercado laboral, una posibilidad para
restablecer el equilibrio es una caída del salario real. Esto incrementa el
interés de las empresas en contratar nuevos trabajadores. Sin embargo, es poco
probable que eso suceda en el contexto actual. Lo más factible es que los
sindicatos obtengan aumentos de salarios por lo menos iguales que la inflación
del año anterior y, si el Gobierno, con sus políticas fiscal y monetaria,
convalida una inflación semejante, el salario real se mantendría, impidiendo
reducir el excedente de oferta existente. Si el Gobierno, entonces, quiere impedir
que la desocupación aumente tiene dos alternativas. Por un lado, puede
incrementar la inflación por encima del nivel del año anterior a través de una expansión
del gasto público, la oferta monetaria o una combinación de estos dos
instrumentos. Con un incremento de los precios mayor al de los salarios se
lograría la caída en el salario real que se requiere para incrementar la
demanda de trabajadores por parte del sector privado. Por otro lado, el
Gobierno podría reducir la desocupación haciendo que el sector público, tanto
nacional, como provincial y municipal, absorba una parte o todos los
trabajadores excedentes. Pero si la incorporación de estos trabajadores a la
nómina salarial estatal provoca que la demanda total de bienes y servicios
crezca por encima de la capacidad de producción de la economía también se va a generar
un incremento de la inflación. Mientras mayor sea el excedente de oferta de
trabajadores mayor va a ser el riesgo de que esto suceda.
El punto importante es que en la medida en que,
precisamente, la capacidad de producción de bienes y servicios del país crece
cada vez más lentamente, el margen de maniobra del Gobierno se reduce
significativamente. La probabilidad de que el sector privado cree los
suficientes puestos de trabajo disminuye y la disyuntiva Inflación/Desempleo se
torna cada vez más inevitable.
La historia nos muestra qué es lo que está en juego. En 1970
el índice de precios al consumidor creció 21.7%. Tuvieron que pasar más de 20
años para que la inflación anual cayera por debajo de esa cifra. Durante la
mayor parte de ese período, que fue uno de los de más bajo crecimiento
económico de la historia argentina, los gobiernos priorizaron mantener bajo el
nivel de desempleo a costa de una creciente inflación. Si bien las condiciones
internacionales le ponen hoy al crecimiento un piso superior al que existía
entonces las posibilidades de creación de riqueza y bienestar que se pueden
desperdiciar si se continúa en esta dirección pueden ser equivalentes. No se
trata de elegir entre el desempleo y la inflación sino entre el crecimiento y
el estancamiento. En este año electoral tenemos la oportunidad hacer oír
nuestra voz y rechazar el rumbo equivocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario