domingo, 21 de abril de 2013

Anhelos de cambio



La masiva manifestación realizada el 18 de abril puso en evidencia una vez más los grandes anhelos de cambio que se alojan en los corazones de miles de argentinos. Son múltiples los motivos del malestar de una parte importante de la sociedad argentina pero me voy a detener en los estrictamente económicos. Al disgusto con la inflación se le ha sumado en los últimos años el fastidio con lo que se ve como un deterioro cada vez mayor en la libertad económica. No solo han molestado las restricciones a la compra de dólares sino también la exasperante falta de transparencia con la que se maneja el mercado cambiario (con un mecanismo indescifrable, por ejemplo, para el otorgamiento de autorizaciones a la compra de divisas para quienes viajan al exterior). Y la actitud caprichosa y prepotente que ha caracterizado prácticamente a lo largo de toda su gestión a este gobierno se torna más intolerable en un contexto en el cual el desempeño de la economía pierde brillo día a día.

Sin embargo, a pesar de la impresionante demostración de desaprobación, resulta muy poco probable que el Gobierno cambie. La única posibilidad de que esto suceda es que perciba que comienza a erosionarse su base de sustentación. En este sentido, las manifestaciones del otro día no le dijeron nada nuevo. Ya sabe que hay una gran parte de la población, tal vez más del 50%, que está completamente en desacuerdo con los lineamientos básicos de esta gestión. Pero hay que recordar que, tal cual están planteadas las cosas hoy, con un 40% del electorado le alcanza para mantener el poder en el 2015 con una oposición dividida en la que a cualquier candidato le resultará muy difícil superar el 30%.

Si el Gobierno no vislumbra un deterioro en el apoyo de sus partidarios difícilmente introduzca cambios, excepto que se vea obligado por las circunstancias (algún shock externo grave, como un derrumbe en el precio de la soja o una disparada en el del petróleo), algo que no parece probable. Esto se debe a que son precisamente los cambios que debería llevar a cabo los que realmente pondrían en peligro el apoyo que aun mantiene.

Por ejemplo, ¿cómo haría para aplicar una política anti-inflacionaria sin que esto sea visto por sus partidarios como una concesión a las recetas del ajuste contra las que despotricó durante los últimos 10 años? Es que cualquier política seria en este sentido  requeriría algún tipo de “ajuste” en el comportamiento del gasto público. Y si bien no exigiría necesariamente la eliminación del déficit fiscal sí, de la emisión de dinero del Banco Central para financiar ese déficit. En este contexto debería salir a tomar deuda en los mercados de capitales y renunciaría así a otra de sus banderas favoritas de los últimos años, la del desendeudamiento, además de tener que evaluar seriamente la conveniencia de llegar a un acuerdo con los tan vilipendiados fondos buitre para bajar el costo de ese financiamiento.

O, ¿cómo haría para defender las credenciales progresistas de sus políticas frente a una devaluación de magnitud en el dólar oficial, como la que cada vez más se requiere para corregir los crecientes desequilibrios externos de la economía? Una devaluación del dólar oficial tendría un efecto inmediato en los precios de todos los bienes y servicios que se comercializan en los mercados internacionales causando de la noche a la mañana una brusca caída en el salario real de todos los trabajadores argentinos.

Estos dilemas se van tornando cada vez más complejos a medida que el tiempo pasa y se siguen demorando lo cambios que a la larga resultarán inevitables. Por ejemplo, en la medida en que no se detenga la inflación y el precio del dólar oficial continúe creciendo por debajo de ella, la devaluación necesaria para poner en equilibrio al sector externo de la economía va a ser cada vez más significativa.

En definitiva, está en manos de todos aquellos que apoyan a este gobierno y aquellos que lo integran darse cuenta que los cambios son inevitables y que lo único que pueden elegir es el momento en el que se van a realizar y cuán traumáticos van a ser. Debe resultar claro para ellos que los ajustes que se requieren no implican una mejora en la situación de un sector en particular de la población en detrimento de ellos. No se trata de quitarles aquellos beneficios que han conseguido en los últimos años para entregárselos a los manifestantes del 18 de abril. Se trata de ordenar la economía de modo tal que a aquellos que poseen algún capital les resulte más conveniente invertirlo en una actividad productiva que especular con el dólar “blue” o comprar un inmueble en Miami. Esta es la única manera de volver sostenible en el tiempo la recuperación de los salarios reales que experimentaron en los últimos años y que ahora se encuentra amenazada.




martes, 16 de abril de 2013

¿La economía que nos merecemos?



Los meses siguen pasando y el Gobierno continúa evadiendo los crecientes problemas que aquejan a la economía argentina. La inflación permanece en torno al 25% anual, el crecimiento económico ha quedado reducido a su mínima expresión, el superávit comercial acumuló una reducción del 57% en el primer bimestre y las reservas internacionales del Banco Central ya cayeron en lo que va del año lo mismo que en todo el 2012.

Sin embargo, hay que destacar que éste no es el primer gobierno que hace caso omiso de los crecientes problemas económicos, al menos si nos limitamos al período democrático ininterrumpido que venimos atravesando desde 1983. Tanto Raúl Alfonsín como Carlos Menem y Fernando de la Rúa demoraron en sus respectivos momentos las soluciones de fondo que el contexto exigía y fueron responsables de las tremendas crisis de 1989 y 2002 que dejaron una huella imborrable en la memoria de los argentinos.

Teniendo en cuenta esto, podemos aventurar que el desmanejo económico de las últimas 3 décadas no responde exclusivamente a la incapacidad o mala predisposición de los distintos gobiernos de turno. Hay en el fondo también una sociedad excesivamente individualista en la que los ciudadanos sólo reaccionan cuando se ve afectado su propio bolsillo. Una sociedad que juzga a sus líderes por los logros del pasado y no los errores del presente. Una sociedad que siempre corre detrás de los hechos en lugar de anticiparse a ellos. Es indiscutible que si una mayoría clara de la población quisiera algo distinto, el Gobierno se manejaría de otra manera.

Sin duda, hay un gran parte de la población que está en desacuerdo con la gestión económica. El problema es que entra en el juego ideológico que plantea el Gobierno. En el marco de una sociedad enfrentada, las partes pierden la capacidad para realizar un análisis objetivo de la realidad. Y, en este contexto, los partidarios del Gobierno aceptan como una verdad inapelable que el aumento de los precios es culpa de los empresarios, la suba del dólar, de los especuladores y la caída de las reservas, de los productores agropecuarios que retienen sus cosechas.

Y el Gobierno va quedando atrapado en su propia retórica, tal vez hasta creyéndola. Si la culpa de la inflación la tienen los empresarios entonces la mejor manera de combatirla es congelando los precios. Si la culpa de la suba del dólar la tienen los especuladores entonces hay que reprimir por todos los medios posibles la actividad del mercado cambiario. Y si la culpa de la caída de las reservas la tienen los productores agropecuarios posiblemente en cualquier momento decidan (ya lo tuvieron que desmentir) obligarlos a vender sus cosechas.

Es desalentador pensar que la historia nos condena, que en los últimos 30 años hemos preferido juntar los fragmentos que quedaron tras el estallido de la bomba (la hiperinflación en 1989 y el default en el 2002) que desactivarla cuando todavía había tiempo para ello.

Pero, no hay que dejar de soñar. El pueblo argentino puede aprender de sus errores y está al alcance de todos nosotros hacer que esto suceda. Todos podemos contribuir desde los distintos lugares que ocupamos en la sociedad. Hay que difundir y apoyar las ideas claras y bienintencionadas orientadas a la construcción de un país distinto. Y, más que nada, hay que dejar de ver a aquel que no piensa como nosotros como si fuera un enemigo: es alguien de quien podemos aprender y con quien podemos llegar a ponernos de acuerdo. De lo contrario, tendremos que hacernos cargo de que tenemos la economía que nos merecemos.



domingo, 7 de abril de 2013

Economía bajo el agua



La tragedia acontecida los otros días, con las inundaciones en las ciudades de Buenos Aires y La Plata, nos invita a reflexionar atentamente respecto a la manera en que los argentinos, a través de los representantes políticos que elegimos, enfrentamos los problemas y las consecuencias que esto tiene.

Al observar las terribles imágenes de la tragedia, quedó en evidencia la absoluta falta de expertise de nuestras autoridades para responder a un evento climático de estas características y dio la sensación de que sus consecuencias fueron mucho más graves de lo que habrían sido si se hubiera actuado de un modo más responsable.

Estableciendo un paralelo, parece haber sucedido lo mismo que lo que viene pasando en el plano económico en los últimos 30 años. Por ejemplo, el gobierno de Raúl Alfonsín, en la década del ´80, evadió la formulación y la implementación del plan económico que la problemática de ese entonces exigía. Como consecuencia de ello, los argentinos tuvimos que atravesar el trauma de uno de los peores estallidos inflacionarios de la historia económica mundial, con un aumento de los precios minoristas del 4.923,55% en 1989. Años después, las gestiones de Carlos Menem y Fernando de la Rúa también patearon la solución de los problemas económicos para adelante, priorizando las necesidades políticas de corto plazo por sobre el bienestar general de la población. El resultado: entre 1998 y 2002 el PBI cayó un 20% y la tasa de desempleo llegó a casi el 25%.

Ahora es el turno de Cristina Fernández de Kirchner, quien tras 6 años en el poder, continúa evadiendo la responsabilidad de corregir el rumbo de una economía que viene mostrando sobradas señales de alarma. Es difícil predecir cuáles van a ser las consecuencias en esta oportunidad pero si no nos despertamos a tiempo lo más probable es que volvamos a atravesar una situación traumática. Por ejemplo, de mantenerse el actual esquema económico es muy factible que avancemos hacia una aceleración inflacionaria. Por un lado, la brecha entre la inflación y el incremento del dólar oficial no puede persistir mucho tiempo más. Si no se actúa contra el aumento de los precios, en algún momento este gobierno, o el que venga después, va a tener que aplicar una fuerte corrección del dólar oficial y, de acuerdo a cómo ésta sea acompañada, puede provocar un salto en la tasa de inflación y un establecimiento de la misma en un nivel más alto que el actual. En la medida en que esto no genere un repudio electoral, el proceso podría repetirse hasta desembocar a la larga en un brote hiperinflacionario. Por otro lado, en este contexto inflacionario y de gran incertidumbre respecto a los precios relativos de la economía, es difícil imaginar una recuperación en la inversión privada y, por ende, en el ritmo de creación de nuevos puestos de trabajo. Por lo tanto, se puede producir un aumento en el desempleo ante la incapacidad del sector privado para absorber a una parte de los trabajadores que se incorporan año a año al mercado laboral. Si el Gobierno buscara contrarrestar esto incrementando el plantel de empleados públicos expandiría el creciente desequilibrio fiscal y también echaría leña al proceso inflacionario.

Lo peor es que cada una de estas crisis deja su huella. Al mantener en el tiempo modelos económicos que brindan los incentivos inadecuados a los ciudadanos, a la salida de cada crisis una porción de los mismos se encuentra con que la masa de conocimientos y experiencias adquirida en los últimos 10 años no es de utilidad en el nuevo escenario. Esto tiene un efecto negativo sobre la productividad de la fuerza de trabajo y es uno de los motivos que explica el retroceso relativo de la Argentina en las últimas décadas.

En definitiva, los argentinos, a juzgar por la forma en la que votamos, claramente premiamos a los líderes que priorizan los resultados de corto plazo. A aquellos que nos estimulan a consumir más allá de nuestras posibilidades, a costa del endeudamiento o de la inflación. Premiamos a quienes nos logran convencer de que somos mejores de lo que realmente somos en lugar de ayudarnos a mejorar. Lamentablemente, si seguimos actuando de esta manera, tarde o temprano una vez más vamos a terminar con la economía tapada por el agua.