Los meses siguen pasando y el Gobierno continúa evadiendo
los crecientes problemas que aquejan a la economía argentina. La inflación
permanece en torno al 25% anual, el crecimiento económico ha quedado reducido a
su mínima expresión, el superávit comercial acumuló una reducción del 57% en el
primer bimestre y las reservas internacionales del Banco Central ya cayeron en
lo que va del año lo mismo que en todo el 2012.
Sin embargo, hay que destacar que éste no es el primer gobierno
que hace caso omiso de los crecientes problemas económicos, al menos si nos
limitamos al período democrático ininterrumpido que venimos atravesando desde
1983. Tanto Raúl Alfonsín como Carlos Menem y Fernando de la Rúa demoraron en sus
respectivos momentos las soluciones de fondo que el contexto exigía y fueron
responsables de las tremendas crisis de 1989 y 2002 que dejaron una huella
imborrable en la memoria de los argentinos.
Teniendo en cuenta esto, podemos aventurar que el desmanejo
económico de las últimas 3 décadas no responde exclusivamente a la incapacidad
o mala predisposición de los distintos gobiernos de turno. Hay en el fondo también
una sociedad excesivamente individualista en la que los ciudadanos sólo
reaccionan cuando se ve afectado su propio bolsillo. Una sociedad que juzga a
sus líderes por los logros del pasado y no los errores del presente. Una
sociedad que siempre corre detrás de los hechos en lugar de anticiparse a
ellos. Es indiscutible que si una mayoría clara de la población quisiera algo
distinto, el Gobierno se manejaría de otra manera.
Sin duda, hay un gran parte de la población que está en
desacuerdo con la gestión económica. El problema es que entra en el juego
ideológico que plantea el Gobierno. En el marco de una sociedad enfrentada, las
partes pierden la capacidad para realizar un análisis objetivo de la realidad. Y,
en este contexto, los partidarios del Gobierno aceptan como una verdad
inapelable que el aumento de los precios es culpa de los empresarios, la suba
del dólar, de los especuladores y la caída de las reservas, de los productores
agropecuarios que retienen sus cosechas.
Y el Gobierno va quedando atrapado en su propia retórica,
tal vez hasta creyéndola. Si la culpa de la inflación la tienen los empresarios
entonces la mejor manera de combatirla es congelando los precios. Si la culpa
de la suba del dólar la tienen los especuladores entonces hay que reprimir por
todos los medios posibles la actividad del mercado cambiario. Y si la culpa de
la caída de las reservas la tienen los productores agropecuarios posiblemente
en cualquier momento decidan (ya lo tuvieron que desmentir) obligarlos a vender
sus cosechas.
Es desalentador pensar que la historia nos condena, que en
los últimos 30 años hemos preferido juntar los fragmentos que quedaron tras el
estallido de la bomba (la hiperinflación en 1989 y el default en el 2002) que desactivarla
cuando todavía había tiempo para ello.
Pero, no hay que dejar de soñar. El pueblo argentino puede
aprender de sus errores y está al alcance de todos nosotros hacer que esto
suceda. Todos podemos contribuir desde los distintos lugares que ocupamos en la
sociedad. Hay que difundir y apoyar las ideas claras y bienintencionadas
orientadas a la construcción de un país distinto. Y, más que nada, hay que
dejar de ver a aquel que no piensa como nosotros como si fuera un enemigo: es alguien
de quien podemos aprender y con quien podemos llegar a ponernos de acuerdo. De
lo contrario, tendremos que hacernos cargo de que tenemos la economía que nos
merecemos.
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