domingo, 7 de abril de 2013

Economía bajo el agua



La tragedia acontecida los otros días, con las inundaciones en las ciudades de Buenos Aires y La Plata, nos invita a reflexionar atentamente respecto a la manera en que los argentinos, a través de los representantes políticos que elegimos, enfrentamos los problemas y las consecuencias que esto tiene.

Al observar las terribles imágenes de la tragedia, quedó en evidencia la absoluta falta de expertise de nuestras autoridades para responder a un evento climático de estas características y dio la sensación de que sus consecuencias fueron mucho más graves de lo que habrían sido si se hubiera actuado de un modo más responsable.

Estableciendo un paralelo, parece haber sucedido lo mismo que lo que viene pasando en el plano económico en los últimos 30 años. Por ejemplo, el gobierno de Raúl Alfonsín, en la década del ´80, evadió la formulación y la implementación del plan económico que la problemática de ese entonces exigía. Como consecuencia de ello, los argentinos tuvimos que atravesar el trauma de uno de los peores estallidos inflacionarios de la historia económica mundial, con un aumento de los precios minoristas del 4.923,55% en 1989. Años después, las gestiones de Carlos Menem y Fernando de la Rúa también patearon la solución de los problemas económicos para adelante, priorizando las necesidades políticas de corto plazo por sobre el bienestar general de la población. El resultado: entre 1998 y 2002 el PBI cayó un 20% y la tasa de desempleo llegó a casi el 25%.

Ahora es el turno de Cristina Fernández de Kirchner, quien tras 6 años en el poder, continúa evadiendo la responsabilidad de corregir el rumbo de una economía que viene mostrando sobradas señales de alarma. Es difícil predecir cuáles van a ser las consecuencias en esta oportunidad pero si no nos despertamos a tiempo lo más probable es que volvamos a atravesar una situación traumática. Por ejemplo, de mantenerse el actual esquema económico es muy factible que avancemos hacia una aceleración inflacionaria. Por un lado, la brecha entre la inflación y el incremento del dólar oficial no puede persistir mucho tiempo más. Si no se actúa contra el aumento de los precios, en algún momento este gobierno, o el que venga después, va a tener que aplicar una fuerte corrección del dólar oficial y, de acuerdo a cómo ésta sea acompañada, puede provocar un salto en la tasa de inflación y un establecimiento de la misma en un nivel más alto que el actual. En la medida en que esto no genere un repudio electoral, el proceso podría repetirse hasta desembocar a la larga en un brote hiperinflacionario. Por otro lado, en este contexto inflacionario y de gran incertidumbre respecto a los precios relativos de la economía, es difícil imaginar una recuperación en la inversión privada y, por ende, en el ritmo de creación de nuevos puestos de trabajo. Por lo tanto, se puede producir un aumento en el desempleo ante la incapacidad del sector privado para absorber a una parte de los trabajadores que se incorporan año a año al mercado laboral. Si el Gobierno buscara contrarrestar esto incrementando el plantel de empleados públicos expandiría el creciente desequilibrio fiscal y también echaría leña al proceso inflacionario.

Lo peor es que cada una de estas crisis deja su huella. Al mantener en el tiempo modelos económicos que brindan los incentivos inadecuados a los ciudadanos, a la salida de cada crisis una porción de los mismos se encuentra con que la masa de conocimientos y experiencias adquirida en los últimos 10 años no es de utilidad en el nuevo escenario. Esto tiene un efecto negativo sobre la productividad de la fuerza de trabajo y es uno de los motivos que explica el retroceso relativo de la Argentina en las últimas décadas.

En definitiva, los argentinos, a juzgar por la forma en la que votamos, claramente premiamos a los líderes que priorizan los resultados de corto plazo. A aquellos que nos estimulan a consumir más allá de nuestras posibilidades, a costa del endeudamiento o de la inflación. Premiamos a quienes nos logran convencer de que somos mejores de lo que realmente somos en lugar de ayudarnos a mejorar. Lamentablemente, si seguimos actuando de esta manera, tarde o temprano una vez más vamos a terminar con la economía tapada por el agua.  

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