La tragedia acontecida los otros días, con las inundaciones
en las ciudades de Buenos Aires y La
Plata, nos invita a reflexionar atentamente respecto a la
manera en que los argentinos, a través de los representantes políticos que elegimos,
enfrentamos los problemas y las consecuencias que esto tiene.
Al observar las terribles imágenes de la tragedia, quedó en
evidencia la absoluta falta de expertise de nuestras autoridades para responder
a un evento climático de estas características y dio la sensación de que sus
consecuencias fueron mucho más graves de lo que habrían sido si se hubiera
actuado de un modo más responsable.
Estableciendo un paralelo, parece haber sucedido lo mismo
que lo que viene pasando en el plano económico en los últimos 30 años. Por
ejemplo, el gobierno de Raúl Alfonsín, en la década del ´80, evadió la
formulación y la implementación del plan económico que la problemática de ese
entonces exigía. Como consecuencia de ello, los argentinos tuvimos que
atravesar el trauma de uno de los peores estallidos inflacionarios de la
historia económica mundial, con un aumento de los precios minoristas del
4.923,55% en 1989. Años después, las gestiones de Carlos Menem y Fernando de la Rúa también patearon la
solución de los problemas económicos para adelante, priorizando las necesidades
políticas de corto plazo por sobre el bienestar general de la población. El
resultado: entre 1998 y 2002 el PBI cayó un 20% y la tasa de desempleo llegó a
casi el 25%.
Ahora es el turno de Cristina Fernández de Kirchner, quien
tras 6 años en el poder, continúa evadiendo la responsabilidad de corregir el
rumbo de una economía que viene mostrando sobradas señales de alarma. Es
difícil predecir cuáles van a ser las consecuencias en esta oportunidad pero si
no nos despertamos a tiempo lo más probable es que volvamos a atravesar una
situación traumática. Por ejemplo, de mantenerse el actual esquema económico es
muy factible que avancemos hacia una aceleración inflacionaria. Por un lado, la
brecha entre la inflación y el incremento del dólar oficial no puede persistir
mucho tiempo más. Si no se actúa contra el aumento de los precios, en algún
momento este gobierno, o el que venga después, va a tener que aplicar una fuerte
corrección del dólar oficial y, de acuerdo a cómo ésta sea acompañada, puede provocar
un salto en la tasa de inflación y un establecimiento de la misma en un nivel
más alto que el actual. En la medida en que esto no genere un repudio electoral,
el proceso podría repetirse hasta desembocar a la larga en un brote
hiperinflacionario. Por otro lado, en este contexto inflacionario y de gran
incertidumbre respecto a los precios relativos de la economía, es difícil
imaginar una recuperación en la inversión privada y, por ende, en el ritmo de creación
de nuevos puestos de trabajo. Por lo tanto, se puede producir un aumento en el
desempleo ante la incapacidad del sector privado para absorber a una parte de los
trabajadores que se incorporan año a año al mercado laboral. Si el Gobierno buscara contrarrestar
esto incrementando el plantel de empleados públicos expandiría el creciente
desequilibrio fiscal y también echaría leña al proceso inflacionario.
Lo peor es que cada una de estas crisis deja su huella. Al
mantener en el tiempo modelos económicos que brindan los incentivos inadecuados
a los ciudadanos, a la salida de cada crisis una porción de los mismos se
encuentra con que la masa de conocimientos y experiencias adquirida en los
últimos 10 años no es de utilidad en el nuevo escenario. Esto tiene un efecto
negativo sobre la productividad de la fuerza de trabajo y es uno de los motivos
que explica el retroceso relativo de la Argentina en las últimas décadas.
En definitiva, los argentinos, a juzgar por la forma en la
que votamos, claramente premiamos a los líderes que priorizan los resultados de
corto plazo. A aquellos que nos estimulan a consumir más allá de nuestras
posibilidades, a costa del endeudamiento o de la inflación. Premiamos a quienes
nos logran convencer de que somos mejores de lo que realmente somos en lugar de
ayudarnos a mejorar. Lamentablemente, si seguimos actuando de esta manera, tarde
o temprano una vez más vamos a terminar con la economía tapada por el agua.
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