domingo, 26 de mayo de 2013

La inflación no es un debate ideológico



Resulta claro a esta altura del año que el Gobierno eligió una vez más dejar fuera de sus prioridades la solución del problema de la inflación. Y tampoco parece que vaya a sorprendernos con un plan antiinflacionario luego de las elecciones. Por este motivo, es importante que a la hora de decidir su voto en los próximos comicios no piense exclusivamente en los beneficios que ha obtenido en los últimos años o en su situación particular hoy sino en cómo puede llegar a empeorar la capacidad de compra de su salario si el Gobierno continúa evadiendo el problema de la inflación.

Para que crezca el poder adquisitivo del salario a lo largo del tiempo en un contexto de pleno empleo, la creación de nuevos puestos de trabajo por parte del sector productivo debe ser mayor que la cantidad de trabajadores que se incorporan al mercado laboral. Y para que esto suceda, debe haber un nivel de inversión suficiente, ya que es a través de ésta que se generan nuevos puestos de trabajo. La inflación desalienta la inversión. Esto se debe a que, cuando hay inflación, las relaciones entre los precios relevantes para aquel que decide si invertir su dinero o no en una actividad productiva son completamente inciertas. Algo que es rentable hoy puede no serlo en absoluto mañana, por ejemplo, porque los precios de los insumos o los salarios pueden aumentar más que el precio del bien o servicio que se pretende producir. Por lo tanto, es de esperar que en un contexto inflacionario el salario real tienda a caer.

La historia económica argentina brinda evidencia clara en este sentido. Si uno observa las últimas 7 décadas, en todas aquellas en las que la inflación promedio se encontró por encima del 30% anual, los salarios reales cayeron. El salario real subió en las décadas del ´40, ´60 y entre el 2000 y el 2009. Por el contrario, cayó en las del ´50, ´70, ´80 y ´90. Esta última es la única década en la que no se cumplió el patrón. Con una inflación promedio del 3,7% entre 1992 y 1999, los salarios reales cayeron un 0,4% promedio.

Para entender lo sucedido en la década del ´90, hay que introducir un segundo elemento que tiene incidencia en el salario real, que es el tipo de cambio real. Esta variable determina básicamente cuál es el costo relativo de producir localmente un bien o servicio que se puede comercializar internacionalmente. Mientras más alto es el tipo de cambio real, más conveniente resulta producir esos bienes o servicios en la Argentina en relación a otros países y hay un mayor potencial para la creación de empleo en nuestro país. En los períodos en los que creció el salario real, una inflación menor al 30% coexistió con un tipo de cambio real promedio superior a 3,40 pesos por dólar, tomando como año de referencia el 2009.

En los años ´90, si bien la inflación fue baja el tipo de cambio real también fue bajo en términos históricos (promedió 2,20 pesos por dólar) y, además, a esto se sumó una reducción de la protección arancelaria de la industria. Esta combinación destruyó una gran cantidad de puestos de trabajo en ese sector y, además, desalentó la inversión en las actividades productivas que compiten con las importaciones y en el sector exportador. Esto hizo que la creación de puestos de trabajo no fuera suficiente para absorber a los nuevos trabajadores que se incorporaron al mercado laboral a lo largo del período, lo que tuvo como consecuencia un creciente desempleo y una presión a la baja de los salarios reales.

En lo que va de esta década, la inflación promedia un 24,5%. A su vez, el tipo de cambio real promedia 3 pesos por dólar y viene cayendo (cerró el 2012 en 2,70 pesos por dólar) como consecuencia de que la inflación invariablemente, año a año, supera al incremento en el valor del dólar oficial. Por lo tanto, en la actualidad la inflación se encuentra por debajo del 30%, el nivel máximo que históricamente ha coincidido con un salario real creciente, pero el tipo de cambio se encuentra debajo de 3,40 pesos por dólar, el nivel promedio mínimo que se registró durante los períodos en los que se incrementó el salario real.

Si no se aplica un plan antiinflacionario, en algún momento en los próximos años, éste o el próximo gobierno se verá obligado a realizar una brusca devaluación, que provocará un salto en la inflación. Esto significa que, de no mediar una política antiinflacionaria, le resultará difícil a las autoridades mantener la inflación en torno a los niveles actuales. Y si lo lograran sería a costa de mantener o bajar aun más el tipo de cambio real. Es decir que, de un modo u otro, si se continúa evadiendo el problema de la inflación, la economía va a quedar en una situación similar a la que a lo largo de su historia resultó en una caída del salario real: una inflación promedio por encima del 30% o un tipo de cambio real promedio inferior a 3,40 pesos por dólar.

En definitiva, se debe tener en claro que la elección entre una economía con inflación o sin ella no es un debate ideológico, que involucra solamente a los economistas. El tratamiento que se le dé a la inflación va a tener un impacto inevitable en su bolsillo. En los últimos años, este impacto se pudo evitar por distintos motivos pero el margen para que esto siga sucediendo se está acabando. En octubre, estará en sus manos intentar impedir que en los próximos años la capacidad de compra de su salario caiga nuevamente por un tobogán.



Nota: Los datos estadísticos fueron elaborados en base a “Dos siglos de economía argentina 1810-2010”, Orlando Ferreres.






martes, 14 de mayo de 2013

Un gobierno atrapado en su propio laberinto



El blanqueo de capitales anunciado hace pocos días por el Gobierno pone en evidencia una vez más su gran inventiva para encontrar “soluciones” alternativas a los problemas que va planteando la economía.

Y esto responde a que a lo largo de los años ha construido un discurso oficial tan obstinado y poco pragmático que la aplicación de cualquiera de las soluciones genuinas que exige la situación económica de turno pone en peligro la fidelidad de una buena parte de su electorado.

Cuando en el 2007 la inflación comenzó a superar los niveles recomendables, en lugar de enfrentar este problema a través de una contención en el crecimiento de la demanda de bienes y servicios que se venía registrando, la causa fundamental del aumento de los precios, prefirió evadirlo, en parte por temor a ser acusado de apelar a las políticas ortodoxas que tanto había criticado. Cuando, años más tarde, el proceso inflacionario provocó un creciente atraso cambiario y una violenta fuga de capitales, nuevamente y por motivos similares, esquivó enfrentar la causa principal de estos males y optó por imponer los controles cambiarios e ilegalizar el ahorro en divisas. Mientras tanto, decidió hacer frente al creciente déficit energético, con la expropiación de YPF, en lugar de una reformulación de la política de inversiones y precios de la energía.

Y, ahora, que las restricciones cambiarias han paralizado el mercado inmobiliario, con la consecuente pérdida de miles de puestos de trabajo en el sector de la construcción, que el dólar informal ha subido más allá de los pronósticos más pesimistas de los funcionarios, desalentando fuertemente la inversión y generando una sensación de gran incertidumbre en buena parte de la población, y que la expropiación de YPF, con sus vastos depósitos de gas y petróleo no convencional, no ha brindado los frutos pretendidos, nuevamente, en lugar de tomar el toro por las astas, el Gobierno se aparece con este blanqueo de capitales que más que brindar soluciones a los problemas de la economía suscita graves sospechas sobre su verdadero propósito.

Podrá contribuir a recuperar modestamente las reservas del Banco Central, que han caído en 4 mil millones de dólares en lo que va del año, podrá brindar algo de fondos, aunque no los suficientes, para que YPF comience a explotar los vastos recursos que posee, podrá aliviar levemente el mercado inmobiliario, que en la Capital Federal se derrumbó cerca del 50% en los últimos 2 años, podrá poner temporalmente un techo al dólar paralelo. Pero no podrá revertir el proceso de deterioro que sufre la economía, que exige soluciones de fondo urgentes.

Lamentablemente, no podemos esperar que el Gobierno, en forma voluntaria, modifique esta situación. Resulta evidente que su manera de construir el discurso y de presentarse ante el electorado le ha ido cerrando puertas que se siente incapaz de atravesar. Ha quedado atrapado en el laberinto que fue trazando en estos años con el fin de mantenerse en el poder. Y la única manera de que encuentre la salida es que los argentinos se la muestren de una manera clara y contundente en las próximas elecciones.

domingo, 5 de mayo de 2013

Brecha cambiaria: sin motivos para la sorpresa





Mientras muchos miran con gran sorpresa e intranquilidad la loca carrera del dólar en el mercado informal, podemos hacer una pausa y revisar nuestra rica historia económica para encontrar motivos de sosiego o preocuparnos aun más.

Es que no es la primera vez que el valor del dólar paralelo, libre o, mejor dicho en la actualidad por su carácter ilegal, informal o blue, duplica al del dólar oficial o aquel que el Banco Central le reconoce a los exportadores al momento de liquidar sus ventas al exterior. Fue en 1948 cuando se dio por primera vez este hecho, con una brecha cambiaria del 108%. En los años siguientes la brecha se fue ampliando y, durante el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, en 1954, alcanzó un máximo del 406%. El gobierno militar que lo sucedió intentó cerrar la brecha sin demasiado éxito. Esta llegó a bajar al 97% para volver a ampliarse en los años subsiguientes. Fue recién durante el gobierno de Arturo Frondizi, en 1959, que se unificó finalmente el mercado cambiario. La situación se repitió años más tarde. En 1972 el valor del dólar libre se disparó nuevamente en relación al dólar oficial, más que duplicándolo. Al igual que lo que había sucedido dos décadas atrás, la brecha cambiaria se amplió y alcanzó un máximo del 226% en 1974, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón. El mercado cambiario volvió a ser unificado en 1977 y a desdoblarse desde 1982 hasta 1989, si bien en este último período la brecha nunca alcanzó el 100%.

La observación de los datos históricos y de lo que sucedió, durante los períodos en los cuales la brecha cambiaria fue superior al 100%, con la economía y algunos de los aspectos más relevantes de ella para el ciudadano común (el nivel de actividad económica y el salario real, es decir la capacidad de compra de bienes y servicios del salario vigente en un momento dado) brinda tanto motivos para la tranquilidad como para la inquietud.

Por un lado, la llegada de la brecha cambiaria al 100% en ninguno de los dos casos desembocó inmediatamente en un colapso económico. Por el contrario, la ampliación posterior de la brecha convivió con un período de crecimiento económico e, incluso, de mejoras en el poder adquisitivo de los ingresos de los trabajadores. Entre 1948 y 1959, la economía creció en todos los años, excepto en 1949 y 1952, y el salario real cayó entre 1949 y 1952 para recuperarse desde entonces y alcanzar el máximo del período en 1958. Entre 1972 y 1974 la economía creció entre el 2.08% y el 5.41% y el salario real no sólo se incrementó en estos 3 años sino que en 1974 alcanzó el máximo histórico de acuerdo a la serie de salario real industrial consultada*. Es decir, si nos guiamos por lo que sucedió en el pasado, podemos encontrar algo de calma en la perspectiva de que el abismo no estaría a la vuelta de la esquina.

Sin embargo, por otro lado, los crecientes desequilibrios de la balanza de pagos que se registraron en ambos períodos, con un superávit comercial decreciente y una pérdida de reservas internacionales por parte del Banco Central, terminaron obligando a las autoridades de turno a aplicar fuertes correcciones en el dólar oficial, que provocaron bruscas caídas en el nivel de actividad y el salario real e importantes saltos en la tasa de inflación. En 1959, el dólar oficial aumentó un 348% provocando una caída del 6.46% en la economía, de más del 25% en el salario real e impulsando la inflación al nivel más alto de la historia hasta ese momento, del 102% anual. En 1975, el dólar oficial se incrementó un 720%, la actividad económica se retrajo un 1.4%, el salario real cayó un 37% entre ese año y el siguiente y la inflación alcanzó nuevamente el nivel más alto hasta entonces de la historia, del 335%.

En definitiva, los 2 períodos tuvieron un desenlace traumático, en particular por la violenta caída en la capacidad de compra de los salarios. Una situación angustiante que seguramente se vio agravada por el contexto de alta incertidumbre provocado por el desborde de los precios, en cada caso de una magnitud inédita.

La historia no necesariamente se repite pero si podemos aprender algo de ella es que lamentablemente los finales de estas novelas siempre fueron tristes. Para qué entonces ver la película hasta el final si nos podemos ahorrar el mal momento apagándola a tiempo.


* Dos siglos de economía argentina 1810-2010, Orlando Ferreres.