El blanqueo de capitales anunciado hace pocos días por el
Gobierno pone en evidencia una vez más su gran inventiva para encontrar
“soluciones” alternativas a los problemas que va planteando la economía.
Y esto responde a que a lo largo de los años ha construido
un discurso oficial tan obstinado y poco pragmático que la aplicación de
cualquiera de las soluciones genuinas que exige la situación económica de turno
pone en peligro la fidelidad de una buena parte de su electorado.
Cuando en el 2007 la inflación comenzó a superar los niveles
recomendables, en lugar de enfrentar este problema a través de una contención
en el crecimiento de la demanda de bienes y servicios que se venía registrando,
la causa fundamental del aumento de los precios, prefirió evadirlo, en parte por
temor a ser acusado de apelar a las políticas ortodoxas que tanto había
criticado. Cuando, años más tarde, el proceso inflacionario provocó un creciente
atraso cambiario y una violenta fuga de capitales, nuevamente y por motivos
similares, esquivó enfrentar la causa principal de estos males y optó por imponer
los controles cambiarios e ilegalizar el ahorro en divisas. Mientras tanto,
decidió hacer frente al creciente déficit energético, con la expropiación de
YPF, en lugar de una reformulación de la política de inversiones y precios de
la energía.
Y, ahora, que las restricciones cambiarias han paralizado el
mercado inmobiliario, con la consecuente pérdida de miles de puestos de trabajo
en el sector de la construcción, que el dólar informal ha subido más allá de
los pronósticos más pesimistas de los funcionarios, desalentando fuertemente la
inversión y generando una sensación de gran incertidumbre en buena parte de la
población, y que la expropiación de YPF, con sus vastos depósitos de gas y
petróleo no convencional, no ha brindado los frutos pretendidos, nuevamente, en
lugar de tomar el toro por las astas, el Gobierno se aparece con este blanqueo
de capitales que más que brindar soluciones a los problemas de la economía
suscita graves sospechas sobre su verdadero propósito.
Podrá contribuir a recuperar modestamente las reservas del
Banco Central, que han caído en 4 mil millones de dólares en lo que va del año,
podrá brindar algo de fondos, aunque no los suficientes, para que YPF comience
a explotar los vastos recursos que posee, podrá aliviar levemente el mercado
inmobiliario, que en la Capital Federal
se derrumbó cerca del 50% en los últimos 2 años, podrá poner temporalmente un
techo al dólar paralelo. Pero no podrá revertir el proceso de deterioro que
sufre la economía, que exige soluciones de fondo urgentes.
Lamentablemente, no podemos esperar que el Gobierno, en
forma voluntaria, modifique esta situación. Resulta evidente que su manera de
construir el discurso y de presentarse ante el electorado le ha ido cerrando
puertas que se siente incapaz de atravesar. Ha quedado atrapado en el laberinto
que fue trazando en estos años con el fin de mantenerse en el poder. Y la única
manera de que encuentre la salida es que los argentinos se la muestren de una
manera clara y contundente en las próximas elecciones.
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