El
paro general del 10 de abril se presenta como una señal preocupante de que la sociedad
argentina sigue siendo incapaz de construir consensos para distribuir los
costos y beneficios de sus éxitos y fracasos económicos. Aun en la situación
actual, en la que la economía se ha estancado y resulta evidente la necesidad
de introducir un conjunto de correcciones que exigen un sacrificio moderado de
todos los argentinos, sigue habiendo sectores importantes, con gran poder de
movilización y capacidad de daño, que no parecen dispuestos a sentarse a
negociar y hacer su aporte.
Como
si las experiencias traumáticas del pasado no les hubieran enseñado nada,
parecen elegir una vez más el camino atravesado tantas veces y con tan malos
resultados. Como si fuera necesario volver a vivir situaciones tan extremas
como las de 1989 o 2002 para que tomen conciencia de la necesidad de los
cambios y los esfuerzos que ellos implican.
Todavía
queda la esperanza de que la situación actual sea la consecuencia de una forma
de conducción que durante la última década ha evadido mayormente toda forma de
diálogo con la oposición política y el resto de los sectores dirigenciales.
Resulta natural que, habiendo procurado a lo largo de su gestión imponer sus políticas
sin ofrecer el más mínimo margen para la negociación, las autoridades actuales,
aun si lo desearan, hoy carecerían de la credibilidad necesaria para sentarse
en cualquier mesa de diálogo seria y suficientemente abarcativa. Es posible,
entonces, que, de haber un cambio de signo político luego de las elecciones
presidenciales del año que viene, se inaugure un nuevo estilo de conducción y
se abra una etapa de intercambio constructivo entre las diversas fuerzas
sociales. Pero, por el momento, los antecedentes justifican encender las luces
de alarma.
Es
que continuar en los próximos años en este rumbo sólo extenderá en el tiempo el
estancamiento en el que la economía argentina ha ingresado, que le impide
aprovechar plenamente las múltiples oportunidades que el mundo hoy nos ofrece
para mejorar la situación de los vastos sectores de la población que han
quedado rezagados en las últimas décadas.
Para
que la economía pueda superar esta situación de parálisis en la que se encuentra,
se requiere la colaboración, el esfuerzo y la madurez de todos los sectores
sociales. Debe haber un reconocimiento conjunto de las dificultades que se
afrontan, un debate serio y responsable sobre la manera de distribuir los
costos y un rediseño del juego político que le permita a la Argentina corregir
la alta inestabilidad económica que ha tenido en las últimas décadas.
Toda
la clase dirigente debe poner en un lugar absolutamente prioritario la solución
del problema de la inflación. Un ambiente macroeconómico estable y previsible
es una condición necesaria, si bien no suficiente, para alcanzar los niveles de
inversión en capital físico y humano que se requieren para lograr una mejora
firme y sostenible en las condiciones de vida de la población.
En
síntesis, la falta de predisposición al diálogo de importantes sectores de la
dirigencia argentina es quizás el síntoma más grave del escenario actual y el
que plantea el principal signo de interrogación de cara al futuro.
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