Estamos
a pocas semanas del inicio de una nueva etapa en la historia de la Argentina,
con el final del mandato de Cristina Fernández de Kirchner y el inicio del de
Mauricio Macri o Daniel Scioli. Y, frente a este nuevo hito, se renueva la
esperanza de que finalmente los argentinos dejemos viejos vicios de lado y
comencemos a construir una nación nueva, con un futuro más prometedor.
En
el ámbito económico, la expectativa es que el país abandone de una vez por
todas el sendero de violentas crisis recurrentes que viene transitando desde
hace 40 años. En este período, los argentinos atravesamos 4 episodios en los
que el PBI cayó durante por lo menos 2 años consecutivos y acumuló una
reducción superior al 4%: en 1975/76, con una merma del 4%, en 1981/2, con una
del 11,3%, en 1988/90, del 12,7%, y en 1999/2002, del 24,1%. Si la próxima
administración no acierta con las medidas necesarias para corregir los
importantes problemas de fondo que presenta la economía, indudablemente el
desenlace va a ser un nuevo episodio de este tipo y se marcará un nuevo trauma
en la castigada memoria colectiva.
Este
ciclo ininterrumpido de crisis no es malo solamente por la magnitud de las
mismas y sus graves consecuencias sobre el entramado social. Al provocar
constantes y prolongadas interrupciones en el proceso de acumulación de capital
por parte de la sociedad, la alejan de su potencial productivo y condenan a los
habitantes a un nivel de vida inferior a sus posibilidades.
Claramente,
para el logro de este objetivo, no basta con la voluntad de quien se imponga en
las elecciones del 22 de noviembre. Se requerirá del compromiso de las fuerzas
políticas que queden en la oposición, de los dirigentes empresarios y
sindicales y, por sobre todas las cosas, de la exigencia de todos los
integrantes de la sociedad, que ya manifestaron mayoritariamente una sonora
demanda de cambio el último 25 de octubre. Es que no se debe ignorar que la
trayectoria económica que viene siguiendo el país en los últimos 40 años es el
resultado de un complejo comportamiento social en el que los distintos actores
buscan apropiarse de los méritos y los beneficios en las épocas de auge y
evadir las responsabilidades y las pérdidas en las de caída, en lugar de asumir
y repartir en forma colectiva tanto los logros como los fracasos.
Un
hecho que podría alimentar la esperanza del cambio es la posibilidad de que
llegue al gobierno en forma democrática por primera vez desde la reforma
electoral de 1912 una fuerza política que no es ni el peronismo ni el
radicalismo, si bien éste último forma parte de ella. Es válida la expectativa
de que, en caso de asumir el poder, este partido incorpore nuevas prácticas y
hábitos de conducción distintos en el manejo del poder ejecutivo.
Sea
como fuere, quien asuma el 10 de diciembre afronta el enorme desafío de torcer
la historia. Desde aquí, le damos todo nuestro apoyo y acompañamiento en esa
empresa.
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