Al
cierre de esta edición, Mauricio Macri está iniciando su mandato como nuevo
presidente de la república. Su promesa de avanzar con las medidas que la
economía necesita para volver a crecer tras 4 años de estancamiento y la
composición de su gabinete con personas con la calificación y la seriedad
necesarias para implementarlas invitan al optimismo. Sin embargo, los
antecedentes históricos deben introducir una cuota de moderación en nuestras
expectativas y actuar como un llamado a todos los argentinos a participar desde
sus lugares para facilitar el proceso y contribuir a darle forma.
Para
ilustrar las dificultades que el nuevo gobierno tiene por delante, se puede
tomar por ejemplo la problemática del atraso cambiario, un tema que a lo largo
de la campaña y en las semanas previas a la asunción ha prometido resolver.
Esta problemática ha sido frecuente a lo largo de la historia económica
argentina y aquellas administraciones que intentaron corregirla no tuvieron un
buen final, si bien este resultado no puede ser atribuido exclusivamente a sus
decisiones económicas.
Repasando
los últimos 60 años, encontramos correcciones cambiarias de una magnitud como
la que se podría requerir en la actualidad o mayor a fines de 1958, en 1967, en
1975, en 1981, en 1982 y en 2002. Hubo también una devaluación importante en
1989 pero ésta se dio en el marco de los intentos por detener el estallido
hiperinflacionario de ese año y no con el objetivo de poner fin a un período más
o menos prolongado de atraso cambiario. En todos los casos, la devaluación dio
lugar a una importante caída del poder adquisitivo de los salarios que
condicionó políticamente a las autoridades y seguramente contribuyó a su
posterior caída. Esta caída del salario real fue de 25% en 1959, del 7% en 1967
(un impacto morigerado por la suba de las retenciones que se aplicó a los
productos de la canasta familiar), del 35% en 1975, del 10% en 1981, del 10%
también en 1982 y del 19% en 2002. En el primer caso, el gobierno de Arturo
Frondizi fue derrocado por un golpe militar en marzo de 1962. Si bien es cierto
que su salida del poder se dio más de 3 años después de la fuerte medida
cambiaria que tomó, los salarios reales se mantuvieron significativamente por
debajo de los niveles vigentes antes de la medida durante el resto de su
gestión, aportando un motivo de malestar. El segundo caso es el menos
trascedente por el impacto acotado de la devaluación. Aun así, el gobierno de
facto de Juan Carlos Onganía fue turbulento y se interrumpió en junio de 1970, con
su reemplazo por otro representante militar, Roberto Levingston. Tras las
medidas económicas de junio de 1975, la administración de Isabel Perón duró menos
de 9 meses, aquejada desde ya por problemas que no se limitaban exclusivamente
a lo económico. En 1981, Roberto Viola tuvo un mandato de apenas 8 meses y
medio y, en 1982, Leopoldo Galtieri, de sólo 6. Aunque el desplazamiento de
este último fue provocado por la derrota en la guerra de Malvinas, muchas veces se ha señalado que con
este conflicto se buscó una distracción de las dificultades económicas que el
país atravesaba en aquel momento. Por último, en 2002 Eduardo Duhalde permaneció
en el poder 17 meses luego de anunciar la salida de la convertibilidad.
A
favor de Macri, hay que decir que, excepto en el caso de Frondizi, en el resto,
las medidas fueron tomadas por presidentes que no habían sido elegidos por el
voto popular y por lo tanto carecían de la legitimidad política suficiente para
tomar decisiones que tuvieran un impacto tan fuerte sobre el nivel de ingresos
de la población. Incluso el propio líder radical tenía una legitimidad
cuestionable ya que había llegado a la presidencia favorecido por la
proscripción del peronismo.
Estos
antecedentes plantean, entonces, una oportunidad y también una advertencia a la
hora de avanzar en la introducción de las modificaciones que la economía
necesita. Indudablemente, tanto los asesores políticos y económicos del
presidente como el resto de los integrantes de la sociedad debemos aprender de
la experiencia del pasado para no caer en los mismos errores que han llevado a
que la Argentina sea mirada con perplejidad en el mundo como un país que nunca
termina de concretar su potencial.
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