En
estas primeras semanas del nuevo gobierno parece haber primado la sensatez y,
lejos de las soluciones de shock que algunos proponían, se va en busca de un
huidizo equilibrio: se trata de ir lo más lejos posible con las medidas que la
economía requiere para salir de su prolongado letargo distribuyendo los costos
de una manera tolerable para los distintos sectores, de modo de asegurar la paz
social y garantizar un rumbo económico sostenible.
Aquellos
que esperaban que en estas primeras semanas se avanzara con mayor decisión
sobre problemas acuciantes y de gran trascendencia como el elevado déficit
fiscal o que consideran que el nuevo valor del dólar oficial no es lo
suficientemente alto como para incentivar a ciertos actores productivos a poner
nuevamente manos a la obra o continúa siendo inconsistente con la enorme masa
de pesos que emitió en los últimos años el Banco Central para cubrir las
necesidades del Tesoro pueden estar ansiosos. Pero es indudable que si el
Gobierno hace mal sus cálculos e intenta extraer de los sectores equivocados
más de lo que éstos están dispuestos a ceder, el escenario se puede complicar
fácilmente y las buenas expectativas que muchos tienen se pueden esfumar
rápidamente.
El
caso paradigmático es el que plantea el frente sindical. Con la eliminación de
las retenciones y la devaluación y las subas de las tarifas de los servicios
públicos que se prevén, las autoridades económicas le están aplicando una quita
al poder adquisitivo de los salarios. Con el diálogo y los compromisos
apropiados, es de imaginar que los líderes sindicales pueden estar dispuestos a
aceptar una merma en el mismo pero esto tiene un límite y, si no se identifica
correctamente, la situación puede desembocar en una alta conflictividad laboral
o en un nivel de aumentos salariales que le ponga un piso muy elevado a la
inflación o que empuje al Gobierno a embarcarse en una política monetaria
excesivamente contractiva para someterla.
En
cualquier caso, estamos hablando de todos escenarios poco compatibles con una
recuperación sólida de la economía, que dependerá esencialmente de que se pueda
trazar un programa consistente, que brinde un horizonte de rentabilidad para
los diversos sectores que en los últimos años se han visto paralizados por un
modelo que priorizó las necesidades políticas por sobre la viabilidad
económica.
Desde
ya, ninguno de estos escenarios resultaría alentador tampoco para las
posibilidades electorales del partido gobernante en las elecciones legislativas
del 2017.
En
definitiva, se trata de acertar en un delicado equilibrio, sabiendo que, a
diferencia de otros momentos complicados de la historia económica argentina, se
cuenta con un margen de financiamiento disponible que permite ir dosificando
los costos a lo largo del tiempo.
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