El
notable éxito del blanqueo de capitales, que se cerró con la formalización de
activos por 116.800 millones de dólares, superando con holgura los pronósticos
iniciales más optimistas, puso en evidencia una vez más la existencia de
múltiples facetas contradictorias en la economía argentina, que el Gobierno no
logra amalgamar.
La
administración despierta la simpatía, la confianza y el apoyo de importantes
sectores del empresariado local y extranjero, algo que sin dudas se cristalizó
en la predisposición de una buena parte de quienes tenían una porción de su
patrimonio no declarado para sincerarlo, un hecho también favorecido por el
contexto internacional. Sin embargo, esa simpatía, confianza y apoyo no
terminan de transformarse en las inversiones productivas que la economía
necesita con desesperación para lograr arrancar tras 5 años de estancamiento.
La
evolución de la inversión total a lo largo del 2016, de acuerdo a los dato del
INDEC, es una evidencia contundente de este punto. Ella fue el componente de la
demanda global que más cayó en todo el año, con el 5,5%. Peor aún: la caída más
fuerte se registró en los 2 últimos trimestres, del 8,2% y 7,7%
respectivamente.
Y
es que mes a mes las estadísticas confirman la percepción que uno tiene: si
bien el Gobierno parece tener la vocación de ir en el rumbo adecuado y el
diagnóstico correcto para hacerlo, le falta el poder político, la convicción,
el coraje o sencillamente no termina de encontrar el timing para ir a fondo con las medidas que la economía requiere
para retomar la senda del crecimiento.
En
su afán por bajar lo más rápidamente posible la inflación, se muestra
indiferente o se resigna a la profundización del atraso cambiario, que enturbia
las perspectivas de inversión para todos aquellos sectores que compiten con el
mundo, que observan con preocupación cómo sus costos crecen más que los precios
de los bienes y servicios que producen. Mientras tanto, no avanza con la
decisión que se requiere en la reducción de la carga tributaria, que sigue
teniendo en nuestro país una participación en el PBI significativamente más
alta que en el resto de los países de la región y que aplasta la rentabilidad
empresaria. El contexto político tampoco ayuda, con ningún sector de la
oposición mostrando consenso con el rumbo elegido o planteando modificaciones
en la dirección correcta.
Es
indudable que, con este panorama, aun con la mayor empatía hacia este gobierno,
los empresarios no se van a lanzar masivamente a poner en marcha proyectos de inversión.
Estos continuarán llegando en cuentagotas y muy probablemente no serán
suficientes para darle a la economía el vigor que requiere en los próximos
años.
El
Gobierno tiene una extraordinaria oportunidad para modificar esta situación en
las próximas elecciones. Si logra una adhesión lo suficientemente amplia, podrá
brindar un horizonte algo más claro a los inversores y ganar la confianza que
necesita para avanzar con mayor decisión con las medidas que hoy se necesitan.
Pero deberá esforzarse bastante más de lo que lo viene haciendo para convencer
a la sociedad de que estamos bien encaminados y que la alternativa nos lleva
directo al precipicio.
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