En
las últimas semanas las estadísticas oficiales vienen confirmando la
recuperación de la economía, con crecimientos muy alentadores en junio en
sectores como la industria y la construcción, del 6,6% y el 17% respectivamente
en relación al mismo mes del año pasado.
Sin
embargo, mezclado entre estos resultados claramente positivos, se destacó un dato
preocupante que plantea serias dudas sobre la posibilidad de que el crecimiento
alcanzado en este 2017 se pueda sostener en los próximos años. De acuerdo a los
últimos datos del INDEC, en el primer semestre del año las exportaciones
crecieron apenas un 0,8% en valor y cayeron un 3,6% en cantidades en relación
al mismo período del 2016.
Indudablemente,
en este desempeño viene pesando el exiguo crecimiento de Brasil (el principal
destino de las exportaciones argentinas), que alcanzaría un 0,34% este año, de
acuerdo a las previsiones de los analistas de ese país. Pero también lo viene
haciendo el atraso cambiario que, a pesar del aumento del dólar de los últimos
meses, lo más probable es que continúe profundizándose este año. Es difícil
esperar la inversión que se requiere para expandir este sector en un escenario
en el que la rentabilidad se encuentra acotada y, aun en las actividades en las
que es suficiente, resulta incierta hacia el futuro: por un lado, porque la
política no termina de trazar un rumbo claro hacia adelante, con la amenaza
siempre latente de un regreso al populismo en el 2019, y, por el otro, porque
la inflación todavía sigue siendo elevada y, en el afán del Gobierno por
reducirla, fácilmente se puede producir una mayor apreciación real del peso.
El
problema es que, en la medida en que no crezcan las exportaciones o lo hagan
débilmente, el crecimiento de la economía en su conjunto, que implica un
aumento, al menos, proporcional de las importaciones, va a depender cada vez
más del financiamiento externo, cuyo flujo no es ilimitado. Se puede cortar en
cualquier momento, producto de un cambio en las condiciones internacionales o
sencillamente porque los acreedores extranjeros, ante el creciente
endeudamiento, en algún momento van a tener dudas acerca de nuestra capacidad
de repago. Esto le pone un claro límite al proceso de crecimiento que se está
iniciando.
En
este contexto, excepto que la economía de Brasil despegue con un vigor renovado
que no parece posible en el actual escenario político del país vecino, el
Gobierno necesitará generar mejores condiciones de rentabilidad en el sector
exportador, a través de una reducción de los costos, por ejemplo, con las esperadas
reformas tributaria y laboral y obras de infraestructura, un tipo de cambio
real más favorable o una combinación de estas cosas, si, al llegar al final del
mandato, quiere dejar a la economía en la senda del crecimiento y no al borde
del precipicio.
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