La
administración de Cristina Fernández de Kirchner se las ingenió en los últimos
años de su mandato para evitar hacer los ajustes económicos cuya necesidad
comenzó a resultar crecientemente evidente a partir de finales de 2011. La
expansión de los salarios reales y el gasto público que se había registrado
hasta entonces se estrelló contra el final del boom de los precios de los productos agropecuarios argentinos en
los mercados internacionales y la desaceleración y luego profunda recesión de
Brasil.
Reconociendo
la necesidad de realizar importantes correcciones en el rumbo económico, el
gobierno de Mauricio Macri eligió el camino del gradualismo. La apuesta parecía
razonable: las medidas que había que tomar eran tremendamente impopulares y las
condiciones que existían al inicio de la gestión permitían distribuir el dolor
a lo largo del tiempo y lograr, de este modo, una probabilidad más alta de ser
reelecto en el 2019.
Lamentablemente
para el Gobierno, en este 2018 se ha producido la tormenta perfecta. Se han
combinado el fin del dinero barato en el mundo como consecuencia del
endurecimiento de la política monetaria en Estados Unidos con la guerra
comercial de Donald Trump y el efecto que ésta ha tenido en precios esenciales
para la Argentina, como el de la soja, que se encuentra en su valor más bajo en
casi 10 años. A eso hay que sumar la suba del petróleo y sus derivados (a su
nivel más alto en más de 3 años), de los cuales el país es un importador neto,
y la fuerte sequía que azotó al campo y que provocó la peor cosecha de soja de
los últimos 9 años.
Frente
a este escenario, las autoridades han tenido que modificar su hoja de ruta y se
vieron obligadas a realizar el ajuste que venían intentando posponer. Ahora, solo
pueden elegir la forma que le darán al mismo, cómo se va a distribuir su costo
entre los distintos sectores de la sociedad, ya no el momento.
Esta
decisión, que aun no resulta clara, es la que está en el corazón de la crisis
cambiaria que viene sacudiendo a nuestro país en las últimas semanas. El
Gobierno ha intentado dar una señal de que va a avanzar hacia el equilibrio
fiscal, comprometiéndose con el Fondo Monetario Internacional a alcanzar un
déficit primario del 1,3% del PBI el año que viene. Sin embargo, solo pueden
entenderse los valores que ha alcanzado el dólar en las últimas semanas, aun
con las excesivamente altas tasas de interés en pesos, a partir de una
percepción por parte del mercado de que la administración no va a ser capaz de
alcanzar ese objetivo, una duda más que razonable de cara a un año con
elecciones presidenciales. En ese caso, el peso del ajuste recaería sobre los
salarios del sector privado, con un tipo de cambio real más alto y el riesgo de
una espiral inflacionaria.
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