Por
un lado, el déficit comercial de junio, de 382 millones dólares, fue el más
bajo de los últimos 14 meses, un periodo en el cual se registraron
desequilibrios mensuales de hasta 1.510 millones en noviembre del año pasado. Las
exportaciones ascendieron a 5.076 millones y las importaciones, a 5.458
millones, con una caída interanual del 7,5%, la primera desde noviembre de 2016.
Por otro lado, en junio también se registró una caída del 33% del déficit de
turismo en relación al mismo mes del año pasado. Los egresos por viajes y otros
pagos con tarjeta en el exterior y transporte de pasajeros hacia otros países sumaron
en el mes 731 millones de dólares, su nivel más bajo desde junio de 2015.
Naturalmente,
el brusco aumento del precio de los bienes y servicios extranjeros provocado
por la devaluación del peso generó una contracción de la demanda de los mismos
por parte de los residentes nacionales. En una segunda etapa, debería comenzar
a registrarse un aumento de las exportaciones motivado por la mejora de la
rentabilidad generada por la corrección cambiaria. Este aumento se debe dar,
primero, por un mayor uso de la capacidad instalada y, después, de darse las
condiciones adecuadas, por un incremento de la capacidad de producción a través
de la realización de inversiones.
En
este último punto es en donde surgen los interrogantes. Es que los buenos
indicadores que se vienen registrando no son todavía el resultado de una mejora
estructural de la economía. En estos últimos meses los dólares que vienen ingresando
para cubrir el déficit fiscal pasaron de financiar el exceso de importaciones y
de gastos de los argentinos en el exterior a financiar la fuga de capitales. Si
la fuga de capitales se interrumpiera o este gobierno o el que venga después
decidiera restablecer el control de cambios y/o subir aranceles e imponer
restricciones a las importaciones, el valor real del dólar, que hoy favorece a
las actividades exportadoras, podría caer nuevamente.
La
única manera de transformar estas buenas señales del frente externo en el
puntapié inicial para un proceso de crecimiento equilibrado es, por un lado,
que el Gobierno avance en el cumplimiento del compromiso que asumió con el
Fondo Monetario Internacional de reducir con mayor determinación el déficit
fiscal, un objetivo que indudablemente no será fácil de lograr, de cara a un
2019 con elecciones presidenciales. Y, por otro lado, es importante que las
fuerzas políticas con chances de llegar al poder generen consensos básicos
respecto a los lineamientos que seguirá la economía argentina en los próximos
años, de manera tal que aquellas empresas que estén dispuestas a desarrollar el
potencial exportador del país no se vean disuadidas de hacerlo por la
posibilidad de que en cualquier momento se tomen medidas que cambien de un
plumazo la ecuación de rentabilidad de las inversiones necesarias.
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