El
anuncio del Gobierno de un paquete de medidas para reducir el déficit fiscal
primario a cero en el 2019, la promesa de un nuevo acuerdo con el Fondo
Monetario Internacional y la intervención más decidida del Banco Central en el
mercado cambiario permitieron frenar la nueva corrida cambiaria que llevó al
dólar a superar durante algunas ruedas los $40.
Cuando nos preguntamos si esto marcará
el último capítulo de este período de turbulencias financieras, un conjunto de
similitudes trae a la memoria el fallido Plan Primavera que implementó el
gobierno de Raúl Alfonsín en 1988. La primera y menos importante de estas
similitudes es la fecha aproximada: aquel plan se anunció el 2 de agosto de ese
año y éste el 3 de septiembre del actual. En segundo lugar, al igual que ahora,
ese programa fue una respuesta al impacto que estaba teniendo en la economía
local un contexto internacional adverso. Los términos del intercambio del país
habían caído en 1987 a su nivel más bajo en décadas y se mantuvieron en niveles
históricamente bajos a lo largo de 1988. Por último, había entonces un gobierno
crecientemente debilitado por la situación económica que tenía por delante una
elección presidencial que podía dar como resultado un regreso del populismo (el
Carlos Menem del Salariazo que finalmente no fue en aquel momento y Cristina
Fernández de Kirchner hoy).
Lo
cierto es que solo el panorama de una victoria electoral de una alternativa
populista o la posibilidad de un manotazo de ahogado del Gobierno frente a la
perspectiva de una derrota en los comicios del año que viene pueden explicar
que haya habido personas dispuestas a pagar $40 o más por el dólar en un
contexto de tasas de interés en pesos del 60%. Uno tiene que considerar altamente
probable que en los próximos meses vaya a restablecerse el control de cambios o
a dispararse una espiral de precios y salarios para volcarse a la moneda
americana a semejante precio en las condiciones actuales.
La
mala gestión del gobierno radical, en parte consecuencia de su debilidad
electoral, y las crecientes posibilidades de una victoria de Menem se
combinaron para que, tras una estabilización temporal a fines de 1988, la
economía ingresara en la vorágine que desencadenó la hiperinflación de 1989.
¿Puede haber un desenlace similar hoy? Claramente, no existen las condiciones
para una híper. La inflación actual no alcanza el 4% mensual cuando en 1988
había llegado a superar el 20% mensual, con un pico de 28% en agosto de ese
año. ¿Pero puede suceder que, tras la estabilización lograda en los últimos
días, la situación económica se deteriore nuevamente y la inflación continúe
acelerándose?
Indudablemente
el riesgo existe pero así como hay semejanzas con aquella época también hay
importantes diferencias: por un lado, en un claro contraste con el gobierno de
Alfonsín la administración actual cuenta con el fuerte apoyo de la comunidad
internacional, lo que puede redundar en recursos esenciales para hacer frente a
las turbulencias. En segundo lugar, se trata de un gobierno que está más identificado
con las políticas económicas que el momento requiere que la gestión radical,
que había llegado al poder con un discurso de centroizquierda y un fuerte apoyo
de ese sector. Por otra parte, a diferencia del Menem de 1989, Cristina
Fernández de Kirchner llegará a la elección del año que viene con un gran
desgaste y una porción muy importante del electorado en su contra. Resta ver
cuál será el aporte del peronismo “racional”, que le haría un gran servicio al
país si manifestara con mayor claridad cuál es su postura frente a los graves
problemas de la economía y las soluciones que propone, de manera tal de
despejar los temores que también puede generar la perspectiva de que gane
alguno de sus candidatos.
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